POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
En la actualidad no concebimos el tránsito del 31 de diciembre, festividad de San Silvestre, al día del Niño, sin la presencia de unas uvas, en número de doce, que hay quien las identifican como los meses del año y que han de coincidir con las campanadas del reloj de la Puerta del Sol en Madrid. A veces, en algunos establecimientos cuando llega ese momento, el dueño o el gerente del restaurante, emula al artilugio horario madrileño golpeando una sartén o cualquier otro artefacto de la cocina, tal como se hacía en el Hotel Palas por los hermanos Poveda, en nuestra ciudad en la Nochevieja.
Pero cada uno celebra esa noche a su manera, aunque siempre me ha quedado la duda si realmente, por aquello del cambio horario que sufrimos desde hace muchos años estamos realmente a 31 de diciembre o, como mal menor, son las veinticuatro horas de ese día. En mi caso no me apetece acudir a lugares públicos y tener que soportar a un señor de bigote, con gorrito y matasuegras. Prefiero la cena familiar, y cuando apresuradamente ingiero las uvas con sus piñones incluidos, me gusta recordar años anteriores y a personas que no están entre nosotros. Para ello, tras abrir una botella de champán, tras los besos y abrazos, quito el volumen del televisor y hago sonar el pasodoble ‘Suspiros de España’ del maestro Antonio Álvarez, al que después le fue puesta letra por su sobrino, para la película de Estrellita Castro en 1932.
No me avergüenza decirlo, sus compases me emocionan, y traen a mí recuerdos añorados y personas queridas, y se me saltan las lágrimas, tal vez, también pensando en todo aquello que ha quedado atrás durante el año. Pero, han sonado las doce campanadas y nos hemos atragantado con las doce uvas, y un nuevo año está presente, y al anterior pasodoble siguen otros más alegres como anunciando cosas mejores, y llegan a mis oídos: ‘Gallito’, ‘España cañí’, ‘Amparito Roca’ y ‘El gato montés’. Y estos sones me retrotraen a cuando todavía la televisión no se había inmiscuido en nuestras casas y Radio Nacional de España, en un principio sin locutor, retransmitía el sonido desde la Puerta del Sol, que luego, años después, iría acompañado de la voz de Matías Prats pasando a incorporarse a la fiesta de Nochevieja en los hogares.
Luego, desde 1962, la televisión se ocuparía del asunto, incluso con algunos fallos por parte de las presentadoras. Pero siempre, desde que me conozco, las uvas y las campanadas han estado presentes. Costumbre ésta que, en 1894, ‘El Imparcial’ de Madrid, diario liberal fundado por Eduardo Gasset y Artime, hablando de «Las uvas bienhechoras» decía que era una práctica importada de Francia y que en España estaba consolidándose, pues si bien, antes eran pocos los que celebraban la entrada del año nuevo de esa forma, se iba generalizando, hasta el punto que lo que comenzó en los salones de la alta burguesía y que era tomado a burla por las clases inferiores, ya comenzaba a estar asumido por éstas. Hay quien atribuye la ingesta de uva en esa noche a los cosecheros alicantinos, que en 1909, ante el gran excedente de este producto, decidieron rebajar precios en los mercados incitando a su consumo para ese momento.
En la Orihuela de nuestros abuelos, allá por 1890, no hemos localizado ninguna referencia a la celebración de la Nochevieja, ni tampoco al consumo de uvas, ni al sonido de campanas. Los últimos días de diciembre de ese año habían traído agua que fue beneficiosa para los labradores de la huerta y del campo, y se anunciaba para la mañana del día del Niño un concierto en la Glorieta a cargo de la Banda de Música Municipal. Y ‘El Diario de Orihuela’, sin equivocarse decía: «Ya tenemos un año más. Es decir, tenemos un año menos», y recordaba que la anualidad que fenecía había tenido mal agüero, pues la gripe, el dengue, la viruela y el cólera habían hecho estragos. Vamos, como para escuchar ‘Suspiros de España’ y echarse a llorar, consolándose dicho periódico atacando a los conservadores y recordando los fallecimientos de Amadeo de Saboya y de los duques de Montpensier. Así mismo, ‘La Prensa’, calificaba al año como «el de las calamidades» y apuntaba que «hay quien supone que por comer lechugas el día del Jesús, se va a pasar el año comiendo hortalizas y quien cree que por dar un traspié en aquel día, seguirá tropezando los 365 que tenga el año». Para alegrar las penas se ofrecía una variedad de vinos procedentes de La Hacienda de Pizana, del Campo de Salinas o de La Hacienda El Coronel, cuyos precios oscilaban los cántaros entre 2,50 y 5 pesetas, y la «micheta» o litro escaso, entre 25 y 35 céntimos.
Pero, como decía no he localizado ninguna referencia sobre lo que hoy conocemos como cena de Nochevieja, incluso, rastreando además de la prensa oriolana de ese año, las de Alicante y Murcia, tampoco hemos hallado nada, salvo un curioso anuncio publicado el ‘El Diario de Murcia’ que decía: «Despedida del año 1890. Al que quiera despedir el año y a la tos al propio tiempo, que tome un frasco de Jalea Pectoral de Ferrán».
No era mala cosa el darse uno sorbos de este producto. Mas, de uvas y campanadas, nada de nada. Aunque es posible que la burguesía oriolana, alicantina y murciana, empezara a importar esta costumbre que después ha llegado a ser tradicional. Mientras, después de ciento veinticinco años, echaré mano de los granos del Vinalopó, daré unos sorbos de champán, por qué no decirlo, francés, pues la sidra no me gusta; escucharé ‘Suspiros de España’, se me escaparán unas lágrimas, y bailaré un pasodoble con mi mujer a los sones de ‘Gallito’ y otro con ‘El gato montés’.
Feliz año nuevo, y que además de pillarnos ‘confesaos’, que nos quiten lo ‘bailao’.
Fuente: http://www.laverdad.es/