REYES Y REVOLTIJOS
Ene 03 2016

POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)

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Solemos decir por Colunga (Asturias) que «el diañu cuando non tien que facer, col rau espanta les mosques». Recuerdo ahora esta conseja porque, ¡mira que hay problemas en España!, nuestros políticos andan azacaneados discutiendo si procede o no que una mujer se disfrace de rey mago.

¡Y hasta quieren implicar al Papa en el asunto porque una niña y unos niños, con capa y corona de juguete, hicieron la ofrenda en la Misa de Año Nuevo!

¡Qué cosas, Dios mío, qué cosas!

Esto de las cabalgatas de reyes magos tiene su busilis, su intríngulis, su aquel, que dicen los andaluces.

Cuando las veo y observo a sus personajes recuerdo aquella obra de teatro, «¿Quién soy yo?», escrita por Juan Ignacio Luca de Tena, en la que un personaje, suplantando a otro, llega a adquirir la personalidad de este.

Yo he visto a Melchores, Gaspares y Baltasares, con sus enormes barbas y enfundados en mantos y ropajes que parecían colchones, temblar de emoción cuando un niño, temeroso ante su presencia, les daba un beso de gratitud.

Probablemente sea más emotivo «creerse rey», que serlo.

Las Cabalgatas de Reyes tienen que cumplir muchos ritos. Quizá el más gozoso y bullanguero sea el de lanzar golosinas al público, infantil y adulto, que grita entusiasmado: ¡Gaspar, Gaspar…!; ¡Melchor, Melchor…!

Y ellos y su corte, ¡a lanzar revoltijo a las gentes!

Dentro de ese revoltijo, hoy casi limitado a caramelos, había antaño dos dulcerías que en muchos lugares de Asturias tenían nombres muy singulares: PEDOS DE MONJA y CARAMELOS DE LA GOCHONA.

Estos, con forma de pequeñas bolitas y de color blanquecino-incoloro, tenían un marcado sabor anisado.

Los «pedos de monja» eran pequeñas galletitas con forma de tetilla recubiertas de un baño blanco.

Les ofrezco esta receta con data de 1910.

En un cuenco se baten uno o dos huevos, ralladura de piel de limón, un poco de agua y un pelín de levadura. Después se añade harina, batiendo y amasando con delicadeza, hasta conseguir una masa ligera y a la vez consistente. Reposa en sitio templado.

Con pequeñas pociones de esta masa se moldean las galletitas con forma de tetilla y hornean hasta que estén bien cocidas.

Se sacan, enfrían y se la recubre ligeramente con un baño blanco elaborado según costumbre.

Se cuenta que Saint-Evremont, francés del siglo XVIII, llegó a comparar los «suspiros de deseo» y las «dulcerías diminutas» con un «pedito de suave, dulce y musical ventosidad».

¡Quién sabe si alguien asoció la austeridad y delicadeza monacales con la exquisitez de estas galletitas!

¡¡QUE LOS REYES MAGOS LES SEAN GENEROSOS!!

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