POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
No esperen que vayamos a referirnos a aquel actor de teatro de los años treinta y cuarenta del pasado siglo llamado Pepe Alfayate, que tras pasar por los elencos de Valeriano León y José Isbert formó compañía con el oriolano, torrevejense de adopción, José Marcó Davó. Muy al contrario, nos vamos a centrar a aquel oficio que en siglos pasados se denominaba con este nombre, y que hoy evitando arcaísmos llamamos como sastre.
A lo largo de la historia han existido oficios artesanales que debido a los avances técnicos casi han desaparecido. Entre ellos, se encuentran el de estos profesionales que, con una formación en otros lugares en academias especializadas, se preparaban para después abrir su propio negocio en el que brillaban los trajes a medida. Esto casi pasó a la historia en beneficio de la confección, en la que basándose en varias tallas se acomoda, sacando o metiendo, la pieza al cliente.
Tengo un especial cariño a estos artesanos y me enorgullezco de pertenecer a una familia de ellos. Pues mis abuelos maternos, Luis Pérez Miralles y María Ramos Gómez eran unos excelentes profesionales, lo que les permitió llevar una vida holgada, y su taller que fue seguido por sus hijos Luis y Jesús, fue uno de los más importantes de Orihuela. Tras haber regresado mi abuelo de formarse en Barcelona, abrió su sastrería en la calle Alfonso XIII, número 30, en los bajos de aquel edificio de ladrillo rojo conocido por la ‘casa de los Díe’. Después continuaron en la misma calle, pasando al número 20, que fue donde yo me crié, pues materialmente pasé la infancia en el taller entre oficiales, oficialas y aprendizas, entre los que se contabilizaban algo más de una veintena de trabajadores.
Aún recuerdo las noches ajetreadas de vela en vísperas de Navidad, San José y Domingo de Ramos, con un ir y venir de clientes para las primeras y segundas pruebas, así como las muchas jornadas, a las que se sumaba mi tía Fina, recortando y cosiendo las vestas de nazarenos de las cofradías del Ecce-Homo, del Perdón y de la Samaritana.
En honor a la verdad, Orihuela ha sido una ciudad en la que han existido muy buenos sastres, algunos con proyección fuera de ella, como José Gómez Pellús que triunfó en Madrid con establecimiento abierto en la calle Mayor número 55 de la capital de España, trabajando para la Casa Real. Así como, José Moreno, que en 1920 era presidente de la Asociación de Sastres de España. De igual forma, nuestra ciudad puede presumir de haber contabilizado un gran número de talleres de sastrería, encontrando como ejemplo que, en el ‘Anuario de comerciantes, industriales, profesionales, entidades oficiales y centros de recreo de Orihuela’ de 1924, se contabilizan diez sastres. Posteriormente, en 1942, en la ‘Guía de Comercio de Alicante y Provincia’ aparecen catorce, de los que tres estaban en la calle Alfonso XIII. Asimismo, en la ‘Guía Comercial’ del año 1964 se incluyen 25, de los que cinco estaban en la calle Luis Rojas (La Mancebería).
Indudablemente estos profesionales, no eran tan sofisticados como el personaje de la novela de Le Carré, ‘El sastre de Panamá’, llevada al cine en 2001, dirigida por John Boorman, en la que el artesano muy bien relacionado con políticos y mafiosos panameños facilitaba el trabajo de un espía británico. Ni tampoco tenían relación con la forma de trabajar del personaje encarnado por Mario Moreno ‘Cantiflas’, en ‘Caballero a la medida’, de cuya película recordamos las escenas en que está probando a un niño el traje de marinero de Primera Comunión. Personajes éstos, también muy alejados de algunos sastres de reconocido prestigio a nivel mundial en la industria cinematográfica, como Cornejo, al que se debe la obra de sastrería de ‘El Cid’, ’55 días en Pekín’, ‘Salomón y la Reina de Saba’, entre otras. Pero, regresando a los sastres de Orihuela, volvamos los ojos a algunas centurias y contabilizaremos en 1754, a 48 sastres, tres oficiales y siete aprendices. Dentro de ese siglo, podríamos recordar a Pedro García, al que le fue encargada por la Ciudad, con motivo de la proclamación del Rey Luis I en 1724, la confección de los vestidos de los reyes de armas y timbaleros, así como volver las garnachas de los cinco maceros, que aquel había confeccionado por un importe de 116 libras 7 sueldos 6 dineros para las fiestas de Navidad del año anterior.
En esos años no sé con la rapidez que confeccionarían los trajes estos artesanos. Sin embargo, hasta los años cincuenta del siglo XX, era frecuente encontrar anuncios de algunas sastrerías, en las que en caso del fallecimiento de algún familiar, se ofrecía la posibilidad de hacer trajes de ‘lutos en 24 horas’. Así como, en 1936, la utilización de tejidos exclusivamente fabricados por Tamburini y Colomer para la sastrería de Luis Pérez Miralles. A veces se recurría a algún reclamo, como en 1933 por José Tomás Boc, en la Plaza de la República (Plaza Nueva), número 14, que en su establecimiento ‘La Elegante’, preguntaba a la presunta clientela: «¿Quiere Vd. vestir bien?»
Y por supuesto, que todos, y en cada época y bajo los dictados de la moda se ha querido vestir bien, según las posibilidades económicas de cada uno. Sin embargo, ahora ya no es como antes, pues todo viene de oriente falsificado. Así que, de trajes a la medida poco queda, pues alfayates quedan pocos.
Fuente: http://www.laverdad.es/