POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Hay veces, cuando nos ponemos a pensar en el título de un escrito que la elucubración nos hace transportarnos a otras esferas. Probablemente ésta sea una de dichas ocasiones en la que para introducirnos en el asunto que vamos a ocuparnos, echemos mano a los sistemas de cromo síntesis o lo que es lo mismo, la obtención de colores por la mezcla de otros, ya sean tres o dos primarios. Así, para llegar al color marrón, también conocido como castaño, pardo, canelo, café, chocolate o carmelita, este último debido a la tonalidad de los hábitos de los hijos e hijas del Carmelo; ayuntemos el rojo, con el amarillo y el azul o el negro. Pero, no elucubremos más, e intentemos buscar algún significado a dicho color marrón en todos sus tonos, que en principio nos hace pensar en algún contratiempo o en una obligación no deseada. De igual manera que, si antecedemos al color formas verbales tales como comerse, tragarse o apechugar con ello, lo identificaremos con asumir la culpabilidad de algo que otro ha hecho mal, o bien identificar el citado marrón con lo sucio o execrable.
Pero, todo lo anterior para qué. Pues, muy sencillo, considero que con lo dicho un marrón obscuro o comerse un marrón de esta tonalidad puede verse minimizado en un tono más suave por algunas circunstancias, pasando a ser un marrón claro. Situados en este punto, creo que recordarán a aquél labrador vecino de Molins, llamado Martín Illán, que a la hora de testar, por no disponer de bienes, dejaba a sus deudos, nunca mejor dicho, sus deudas así como el dinero que debía a sus albaceas. Con lo cual a éstos les tocaba a la hora de liquidar lo que le debían y él debía, un marrón obscuro. Sin embargo, deberíamos analizar los motivos por los cuales este asunto se podría transformar gracias a una serie de eximentes en un marrón claro. Para ello, veamos quién era este labrador, llamado Martín Illán.
Con anterioridad a habitar en Molins, lo había hecho en la heredad y hacienda de Manuel Pando de los Cobos, ubicada en la huerta oriolana, concretamente en Correntías, que había arrendado en 1731, y en la que al otorgar su testamento dos años después no tenía ningún bien propio en ella, ya que las mulas y los machos que allí había los había entregado a un tal Vicente Miravete por un crédito que éste se había cargado para pagar a Francisco Santacruz y Salazar, y sobre el que existía un pleito pendiente ante la Real Justicia de la Ciudad.
A nivel familiar, el citado Martín había contraído nupcias en dos ocasiones. En la primera, con Juana Bermejo, de cuyo matrimonio tenía once hijos vivos, de los cuales, Juana la mayor estaba casada con Juan Barceló, labrador, y la segunda, Ginesa, era monja profesa en el convento de las religiosas Verónicas de Murcia. Tras enviudar, se casó con Josefa Montalván con la que tuvo una hija, que en el momento de otorgar testamento era recién nacida y estaba sin bautizar, momento éste que, cuando llegase recibiría por nombres María Manuela, a la cual “desde luego de ser cristiana dicha mi ixa la dexo por tutora y curadora” a su madre. Situados en este punto, empezamos a aclarar el tono del marrón, pues es comprensible que con tal número de hijos a su cargo estuviera debiendo dinero por todas partes, cuando su salario como peón no debía de ser suficiente para mantener a su familia, y que al carecer de bienes reconocidos, no tenía ni para pagarse el entierro.
Así que, al comerse ese marrón los albaceas, siempre pudieron pensar que existía alguna justificación para haber llegado a esa situación. Situación distinta a la que le sucedió a Juan Hernández, otro labrador vecino de Orihuela, que, a tenor de su testamento, más que dedicarse a dicha profesión parece ser que era tratante de ganado asnal. Este personaje dejaba bastante claro en su testamento, y a sus albaceas que fueron su suegro José Sarmiento y su mujer Josefa, que él no debía nada, pero, que sin embargo tenía varios deudores que contabilizaban un total de 53 libras 10 sueldos, los cuales eran: Antonio Lima por un burro que le vendió “al fiado”; Marco Puerto por “una burrucha”; José Martínez, arriero, por un borrico; Pedro Leonís por otro borrico; José Orgilés por un burro. Pero, a estos deudores había que añadirle otro más que se trataba de José Marco de Sans que vivía en una barraca de la “Hera de Mata”, al cual le había prestado 14 libras, de lo que no tenía papel reconociendo dicha deuda, “por la confianza de ser un ombre de bien”.
Son dos situaciones bastante distintas, pues si bien el primero de estos labradores, aunque le debían, él adeudaba más, y su herencia si es que quedaba algo había que dividirla entre muchos. Sin embargo, el segundo no se veía acuciado por las deudas y dejaba como heredero a su único hijo Juan Hernández Sarmientos, que por ser menor estaría bajo la tutoría y cura de su abuelo y de su madre.
Así, volviendo a echar mano del color marrón, pues a través de la mezcla de colores primarios, las circunstancias pueden, valga la expresión, dulcificarlo haciéndolo pasar de obscuro a claro, en el primero de los casos. Sin embargo, en el segundo no hizo falta comerse el marrón, ya que todo estaba mucho más claro.
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