POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)

Mañana, día 2 de febrero, la Iglesia Católica celebra la Purificación de María o Fiesta de las Candelas (en Asturias decimos «La Candelera») y pasado mañana, día 3, se festeja a San Blas, santo protector contra las enfermedades de garganta.

Nuestro refranero asocia estas dos festividades a diversos aspectos de la vida campesina.

Así, por ejemplo, haciendo la competencia al célebre Calendario Zaragozano, dice:

«Por San Blas, la cigüeña verás; y si no la vieres, añu de nieves»

Si se quiere atender a la puesta de gallinas, dice:

«Por San Antón, la gallina pon; pola Candelaria, la nueva y la vieya; y por San Blas, más y más.”

En cuanto a labores de siembra y de poda e injerto de árboles recomienda:

«Per San Blas les patates semarás.»

«Per San Blas y la Candelaria, inxertarás nisu y pera.»

San Blas, médico, obispo en Sebaste, mártir por su fe en tiempos de Agricola, prefecto de Capadocia, en el año 316, goza del patronazgo sobre las afecciones de garganta pues, según se cuenta, salvó a la vida a un niño, ya en trance de muerte por asfixia, debido a una espina que tenía atravesada en la laringe.

Son muchos los pueblos y ciudades que, en Asturias, tienen devoción a San Blas. En la gijonesa parroquia de Jove y en la ciudad de Oviedo no sólo le hacen fiesta al Santo, sino que, además, se bendicen y distribuyen entre los devotos unas rosquillas que, así se dice, son curativas ante estos males «del gorgoveru», que decimos en Colunga.

Evidentemente, San Blas es patrono de los médicos otorrinolaringólogos; palabreja de difícil pronunciación, casi tanto como la que denomina aquel músculo situado por el cuello y que se llama esternocleidomastoideo.

Pues nada, a hacer rosquillas santas.

En un cuenco echaremos 8 huevos y unos 50 g de azúcar; se bate muy bien y se agregan unos 60 g de mantequilla derretida y unos 200 centímetros cúbicos de aceite.

De nuevo se mezcla todo y después, lentamente y removiendo, se agrega harina (algo más de medio kg) para, finalmente, amasar con las manos engrasadas hasta conseguir una masa homogénea, compacta, bien ligada y no demasiado dura.

Reposa en lugar templado y tapada con un paño durante una hora.

En un cuenco echaremos 8 huevos y unos 50 g de azúcar; se bate muy bien y se agregan unos 60 g de mantequilla derretida y unos 200 centímetros cúbicos de aceite.

De nuevo se mezcla todo y después, lentamente y removiendo, se agrega harina (algo más de medio kg) para, finalmente, amasar con las manos engrasadas hasta conseguir una masa homogénea, compacta, bien ligada y no demasiado dura.

Reposa en lugar templado y tapada con un paño durante una hora.

Con porciones de esta masa se moldean las rosquillas y hornean hasta que estén doradas.

Enfrían y si se desea se recubren con un baño blanco elaborado con un almíbar a punto de hebra fuerte y clara de huevo batida a punto de nieve.