POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE ARÉVALO (ÁVILA)

Uno es estos días pasados, el 26 de noviembre, se ha cumplido el 509 aniversario de la muerte de Isabel I de Castilla, la Católica, una figura insigne para la historia de Arévalo, de Ávila, de Castilla y de España.

Una fecha muy significativa que se viene recordando cada año. Desde aquellos primeros aniversarios en que el pueblo castellano tanto añoró y recordó aquella mujer-reina que había sido todo un referente, que restableció el orden, la justicia, que fomentó la economía de aquella Castilla aún inmersa en el mundo medieval en su paso al mundo moderno. De tal forma, que siendo protectora de su pueblo, engrandeció su reino, finalizó la reconquista en la perla de la corona, el reino y ciudad de Granada. Mecenas ilusionada, propició el descubrimiento, colonización y cristianización de América. Unió los dos reinos peninsulares más importantes, el inicio de la gran nación española.

Mucho se está escribiendo y hablando sobre este insigne personaje de nuestra historia. Y aún más desde que la serie de TVE sobre Isabel ha popularizado a nuestra reina con su gran audiencia. El personaje histórico de Castilla y León más importante de la historia, según un programa de la TVCyL que, por votación popular, este sábado pasado la proclamó como tal.

Tenemos por los cronistas y escritores de su época una idea algo confusa sobre su último gran viaje, el de su féretro hasta Granada para cumplir sus últimos deseos: «Mi cuerpo sea sepultado en el monasterio de S. Francisco que es en el Alhambra de la ciudad de Granada… pero quiero e mando que si el Rei eligiere sepultura en otra cualquier iglesia o monasterio… sea allí…».

Y fue en su “Villa de Arévalo” donde en ese último viaje hizo la primera etapa y descanso en tan largo viaje. Los responsos por su eterno descanso se realizaron, como en aquella época era lo habitual en Arévalo, en el antiguo e importante convento de San Francisco de la Observancia, un convento protegido por la casa real castellana desde que fuera restaurado por la reina María de Aragón, la primera mujer del rey Juan II, porque ya en esa época era viejo. Ese mismo cenobio fue testigo de todos los actos luctuosos de aquellos Trastámara dolientes. Allí fueron enterrados miembros íntimos de su familia. Primero su abuela Isabel de Barcelos, que se quedó en las Casas Reales de Arévalo al cuidado de su hija, otra portuguesa, la esposa y viuda del rey Juan II de Castilla, Isabel de Portugal. Después en este mismo convento, celebraron exequias y fue sepultado su joven hermano Alfonso. Y lo fue también, años después, su madre Isabel la reina viuda. Era un convento fundado a principios del s. XIII, mudéjar. Hoy de ese convento apenas quedan algunos vestigios…

Frailes Franciscanos de Arévalo con su cruz procesional encabezaban el fúnebre cortejo y acompañaron a “su reina” aquel otoño tan frío y lluvioso de grandes temporales en que los caminos estaban dificultosos de transitar por las aguas, un largo cortejo fúnebre compuesto de tantos frailes, clérigos, nobles y sus servidores, veintiún días atravesando las mesetas castellanas y Andalucía, y su pueblo llano que salía al paso, a ver su féretro y recibirla, a acompañarla, a añorarla, a recordarla… a rezarla.

Por cierto, hemos visto el último y espectacular capítulo de la serie “Isabel” en su segunda temporada, entrando en Granada. De nuevo a esperar.