POR HERMINIO RAMOS, CRONISTA OFICIAL DE ZAMORA
Por fin, y según parece con las más limpias y nobles intenciones, el Puente de Piedra, ese noble resto de la segunda mitad del siglo XII, ha comenzado a preocupar seriamente a la generación joven del XXI, obra que a pesar de haber perdido por exigencias del progreso sus nobles atributos y haber sostenido con gran firmeza los duros embates del Duero a lo largo de nueve siglos, testimonia una época, una sociedad y su cultura.
El río, con esos adornos: puente, azuda y aceñas, constituye un paisaje único y evocador de esa historia que aún late, rota y deshojada, en infinidad de rincones de la ciudad.
Pero junto a todo esto, destaca de manera singular la placidez del río que pasa lento y constante, derrochando energía que ofrece con desprendida generosidad. Pero aquí falta algo, las señas de identidad de las aceñas, esas ruedas de grandes palas que movían con el ritmo que dictaba en cada momento la corriente. Las aceñas sin ellas dicen, dentro del conjunto del paisaje, muy poco, aunque su rica historia hay que contarla y a veces hasta cantarla, porque así lo hacían mozos y mozas en las largas esperas de la molienda. Así se refleja en el nombre dado a una calle del barrio de Olivares, Abrazamozas. Además, esas señas de identidad pueden permitir a nuestro ayuntamiento, con una ligerísima inversión, millones de kilovatios que servirían para dejar a cero el alumbrado público, por ejemplo.
Al margen de todas las sugerencias y posibilidades que son casi infinitas y aun contando con la indiscutible presencia de patrimonio y empresa, se impondría el sentido común. Con todo ya hay un asunto clave y muy importante, el Puente está ya sobre la mesa de iniciativas, lo que es un éxito. Enhorabuena a todos.
Fuente: http://www.laopiniondezamora.es/