POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Era el domingo un día nada frío para estas fechas, días estos de cambios tan bruscos, con un sol radiante que ya caldea, a pesar de la helada nocturna, y reinaba un ambiente animado y callejero.
De pronto el sol se fue cubierto de una canícula de polvo en suspensión, como las veraniegas pero en invierno, igual que esos días de la arena Sahariana en suspensión, que invadió nuestro cielo difuminándole y acortando distancias en el horizonte… y se tornó triste, como para acompañar el acontecimiento luctuoso que me llegó por medio de Guillermina, nuestra amiga común, que me llamó para darme la noticia, una noticia que se fue extendió rápidamente.
La Institución Gran Duque de Alba, como siempre, notifica las ausencias de sus miembros. Y este Diario, que ha dado puntualmente la triste noticia de la muerte de D. Emilio y posteriormente del sepelio que congregó en la iglesia de Santiago al mundo de la cultura, a numerosas autoridades y amigos para darle un último adiós en una Eucaristía que concelebró nuestro Obispo.
Por mi natural inclinación a la arqueología, pronto le conocí en mis lecturas, porque para conocerle personalmente habría de transcurrir aún bastantes años.
Mi primer contacto con el sabio arqueólogo, investigador y humanista fue a través de un precioso folleto del que era autor, folleto turístico y de divulgación con una presentación muy especial y vistosa para aquellos años en que aún las artes gráficas eran tipografía, pero que evolucionaba por momentos.
Estaba yo estudiando artes gráficas y maquetación -lo que después conoceremos más como diseño gráfico-, en los Salesianos de Atocha, donde se editó aquel folleto que tanto me impacto.
Era una época en la que el diseño gráfico italiano era la vanguardia estética, copiado y seguido cuando se quería ser algo innovador. Desde entonces le seguí, primero en la distancia, y después en los últimos años, desde su regreso, cultivando una amistad muy gratificante y enriquecedora.
Pasado el tiempo coincidí mucho más con él en foros de la historia y la arqueología, y especialmente desde que la Institución Gran Duque de Alba le rindió un emotivo homenaje.
Pero de todas esas coincidencias quiero destacar por la cercanía las asambleas de la Institución Gran Duque de Alba, o esas visitas y coincidencias en el Diario de Avila. Siempre recibí de él y de su esposa Juliana palabras amables y cariñosas, incluso cuando discrepábamos del origen romano de los puentes arevalenses. ¡Cuida que no se pierda la inscripción de la época de Carlos III del puente de Valladolid! me repetía con insistencia.
Yo había quedado en pasarle documentación relativa a los puentes, notas del Archivo Histórico Municipal de Arévalo, pero fatalidad, esto no se ha podido culminar. Y recuerdo también sus amables palabras para con mi solidaridad respecto a uno de sus artículos sobre ellos, lo recuerdo como si fuera ahora mismo.
Compartimos fiesta en El Oso cuando fue nombrado “Moreñego del año” el 2014 en la preciosa “fiesta del homenaje” tan característica, de tan profundas raíces y tan popular al mismo tiempo. Fue gratificante la comida en su compañía, la de su esposa y la de otros buenos amigos comunes.
Como me gustó acompañarle en año 2012 en Madrigal, su villa natal, cuando recibió el premio “Amigo de Madrigal” en aquel magnífico marco del claustro herreriano del convento Extramuros, también junto a otro buen amigo, José Luis Gutiérrez Robledo.
O el toque y la impronta de humanismo cuando el año 2011 recibió el Premio de las Ciencias Sociales y Humanidades de Castilla y León, tan justo como definitorio de una vida intensa de trabajo, rebosante de humanidad, fiel acreedor de su fama internacional en el campo de la arqueología, la historia clásica, la epigrafía y su colosal obra de investigación en el Monte Testaccio de Roma.
El reconocimiento del mundo de la cultura y el afecto de quienes hemos tenido el privilegio de conocerle… Adiós amigo.