Y ABRIERON CATORCE AGUJEROS EN EL CLAUSTRO GÓTICO • PARA CREAR LOS COMERCIOS DE LOS SOPORTALES DE LA CATEDRAL FUE NECESARIO EN 1946 ARRASAR LA LLAMADA CLAUSTRA DEL SIGLO XIV
Feb 29 2016

POR ANTONIO BOTÍAS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

/ Antes. El entorno de la Catedral antes de las obras, según una fotografía de la tesis de Moreno Gaitán.
/ Antes. El entorno de la Catedral antes de las obras, según una fotografía de la tesis de Moreno Gaitán.

No. No han estado, aunque lo parezca, siempre ahí. Y si tomamos como referencia la antigüedad de la Catedral, apenas llevan dos días. Desde 1946. Desde que se perpetró uno de los más vergonzosos ataques al patrimonio histórico murciano sin que a nadie le temblara el pulso. Ni al Cabildo de la Catedral, que lo consumó, ni al Estado, que miró para otro lado y se santiguó. Literalmente. Pues cierto es que los conocidos soportales que rodean el primer templo de la Región fueron horadados en el antiguo claustro gótico del siglo XIV. ¿La razón? Disponer de locales comerciales para alquilar.

La intervención no se redujo a abrir agujeros. También transformó la última crujía de la Claustra [así se la conoce en Murcia] en bajos comerciales, a los que se proveyó de sótanos, perforó los antiguos muros para abrir ventanas, además de añadir toda una planta de viviendas destinadas a los canónigos. Una planta entera, ojo. Eso, sin contar que demolieron parte de las históricas paredes del patio, de la fachada interior y una escalera del siglo XVIII. Y eso es lo que se sabe, claro.

¿Cómo comenzó esta sinrazón que en algunos detalles eclipsa a la afamada destrucción de los baños árabes de Madre de Dios? Tápense las narices que comenzamos. El todopoderoso Cabildo de la Catedral, como acostumbraba, hizo de su capa (pluvial) un sayo y decidió acometer una profunda transformación de este importante núcleo histórico. Poco le importó, como en tantas cuestiones, la opinión del obispo, Miguel de los Santos y Díaz de Gomara, o que existiera el llamado Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional, dependiente de la Dirección General de Bellas Artes. Por su cuenta y riesgo, el Cabildo encargó en 1946 a Jerónimo Martínez Albaladejo el ‘Proyecto de reforma y ampliación de la casa sin número de la calle Salcillo’, «casa sin número» que, mire usted por donde, correspondía con la planta baja de la Claustra.

El proyecto defendía las obras porque aquellos locales «no tienen destino alguno y por la falta de ventilación al exterior tienen una constante humedad». En realidad, se perseguía convertirlos en bajos comerciales para obtener lucrativos ingresos, como también reconocía el proyecto, si bien apostillaba que «proporcionando por otra parte una mayor animación y alegría a este trozo de calle en contraste con los efectos que produce los grandes edificios sin huecos al exterior». El problema era, además, lograr mayor profundidad a los locales. Así que se levantó una nave más allá de la primera crujía y cuyas ventanas daban al patio, además de construir unos sótanos. Ya puestos…

El claustro gótico quedaba sentenciado. Y para ponerle la puntilla, en forma de piqueta, se les ocurrió abrir seis agujeros en cada uno de los dos muros por facilitar, a través de soportales, la entrada de clientes a los comercios. Eso, sin contar que también desplazaron la puerta de entrada. Como quien cambia una teja de su cuadra.

El Ministerio, un desastre

Pero no era una cuadra sino, como destacó en su día Juan Carlos Molina Gaitán en la espléndida tesis ‘Historia de la restauración de la Catedral de Murcia’, «una de las zonas más antiguas de la Catedral […] y aquellos muros que se modificaban formaban parte del claustro gótico de la misma».

Cuando las autoridades del Ministerio recibieron el proyecto, porque además les pidieron que lo financiaran, algún inspector, según la leyenda, ante tamaño despropósito, casi se arranca las barbas a tirones. No es de extrañar que sintiera la insuperable tentación de firmar un informe negativo. Pero no lo hizo.

Desde el Ministerio se limitaron a advertir que cualquier obra debía ajustarse «a las normas de dignidad y decoro necesarios para que no desmerezca». Aunque autorizaban los agujeros en el muro porque mejorarían la estética de la calle. Y, por si querían ustedes caldo, no pusieron reparo alguno al resto del proyecto pues, según el descerebrado que firmaba aquel papel, las obras «en nada afectan a la parte estética y tradicional, por lo que no son de incumbencia del que suscribe».

Eso sí: advertía de cuidarse mucho de tolerar que los arrendatarios utilizaran para la fachada «colores desagradables» que supusieran un «violento contraste con el pórtico, la Catedral y aún las tiendas contiguas». Al final fueron catorce los arcos abiertos.

La aprobación del proyecto, junto a la escasa atención que a semejante tropelía dedicó la prensa, animaron al Cabildo a encargar nuevos planos para la construcción de once viviendas. Una de las propuestas era convertir el gran piso central en dos nuevas plantas, junto a muy diversas modificaciones, entre las que se incluía una terraza o la apertura de grandes ventanales en lo que otrora fuera un muro macizo.

Sin embargo, en esta ocasión la piqueta dio en hueso; en el hueso del conservador de monumentos de la Dirección General de Bellas Artes, José Tamés, quien puso serios reparos al proyecto porque «la sobriedad de su composición, sus proporciones y el dominio del macizo sobre el hueco han dado unas características muy estimables que, menoscabadas al realizarse las obras de los soportales para tiendas ya mencionadas, perderán aún más al realizarse las nuevas que proponen».

Pese al informe negativo se hicieron las obras y la apertura de un nuevo piso restó visibilidad a la Catedral. Al tiempo, también se propuso instalar en aquel lugar un nuevo Museo de Arte Religioso que, de nuevo, afectaría al claustro del siglo XIV, pero también a dos capillas contiguas, denominadas de los Manueles y otra que servía como paso a una escalera que permitía el acceso al archivo.

Tamés señaló que el proyecto no estaba «lo suficientemente estudiado». Habría que esperar algunos años para que abriera sus puertas el museo. Tras otra intervención sin control alguno en la remota Claustra. Moreno Gaitán destaca el protagonismo que tuvo Arturo Roldán Prieto, canónigo, archivero de la Catedral y quien llegó a declarar a ‘La Verdad’ que «la Claustra pienso convertirla en una galería de pinturas». Con un par.

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Fuente: http://www.laverdad.es/

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