DECENAS DE JOYAS Y OBRAS DE ARTE ESTÁN PERDIDAS POR LOS ROBOS EN IGLESIAS • LOS LADRONES HAN ASALTADO DESDE EL SIGLO XIX TEMPLOS EN ULEA, CEHEGÍN, FORTUNA, ARCHENA O LAS TORRES; EL BOTÍN SE VALORA EN CIENTOS DE MILES DE EUROS
Mar 01 2016

POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

Colocación de nuevas piezas en la custodia de la Cruz de Caravaca, en 2009. / LV
Colocación de nuevas piezas en la custodia de la Cruz de Caravaca, en 2009. / LV

Eran objetos de valor incalculable… salvo para los ladrones que se los llevaron. Decenas de obras de arte, en su mayoría joyas de la orfebrería murciana, han desaparecido durante los dos últimos siglos de las parroquias y ermitas de casi todos los municipios. Y desaparecieron, también en muchos casos, para siempre. Aunque de forma tradicional se invoca la Segunda República (1931) o la Guerra Civil (1936-1939) como los periodos donde más patrimonio se perdió -más bien habría que decir que se destruyó-, a lo largo del siglo anterior los cacos no dieron tampoco tregua a las autoridades.

Los investigadores Ricardo Montes y José A. Sánchez, en su obra ‘Robo en sagrado en la Región de Murcia (1850-1900)’, apuntan que casi todos los asaltos tienen dos características comunes: «nocturnidad e invierno». Además, la mayor parte de los robos se producían en pedanías y poblaciones pequeñas y poco vigiladas, como fue el caso del asalto al santuario de la Fuensanta, en Murcia, en 1873. Aunque eso no impidió que, en alguna ocasión, también desvalijaran céntricos inmuebles. Así ocurrió en el mismísimo Palacio Episcopal ubicado en el corazón de la capital.

En 1856 se produjeron dos robos de entidad. El primero de ellos sucedió en la ermita del Campillo, en Cehegín, de donde robaron la campana, que más tarde fue fundida y vendida. El segundo, en la iglesia del hospital de la Caridad. De allí desapareció el cuadro de los santos médicos Cosme y Damián, que más tarde fue encontrado.

Unos años más tarde le tocó el turno a Campos del Río, de cuya iglesia de San Juan Bautista robaron dos cálices y un copón de plata, entre otros objetos. En 1873, en Cieza, una vecina se hizo con las imágenes de San José y la Virgen de los Desamparados y solo dos años más tarde era asaltada la ermita del Jimenado, en Torre Pacheco. El botín fueron dos cálices y la corona de oro de la Virgen.

Entretanto, en la ermita de La Majada, en Mazarrón, unos desconocidos se apropiaban de otro cáliz, una patena y hasta la caja de administrar la comunión a los enfermos y cuantos paños litúrgicos encontraron a su paso. La ermita de la Garapacha, en Fortuna, tampoco se libró del expolio en 1877. De allí desaparecieron, aparte de unos rosarios, incluso las servilletas que se emplean para celebrar la Eucaristía.

De entre todos los robos en sagrado destaca Montes el perpetrado en Ulea en 1880, sobre todo por la importancia del botín. Sucedió en la noche del 3 de octubre de 1880 cuando tres hombres penetraron en la parroquia de San Bartolomé para apropiarse de una treintena de objetos y 25 monedas de plata. Y de plata también eran «los copones, cálices, ampollas, lignum crucis, colares y el resto del ajuar litúrgico». Eso, sin contar varias casullas de seda borbadas en hilo de oro y las coronas de las imágenes del Niño Jesús, Rosario, Dolores, Soledad y Esperanza.

Al otro lado de la Región, en Alumbres, en la parroquia de San Roque, también robaron diversas piezas en 1884. Al parecer, por un banda que por aquella época había desvalijado las iglesias de Redován y Guardamar.

Hasta en la casa del cura

Aquella década fue terrible para las iglesias murcianas. Entre ellas, la de San Lázaro, en Totana (1885), y la de Archena, el mismo año, donde los cacos tuvieron muy fácil hurtar parte del ajuar porque el templo se encontraba en obras, con los muros a medio levantar y las puertas abiertas. Algo parecido sucedió en Pozo Estrecho y, ya en 1888, en Calasparra. O en la iglesia de Nuestra Señora de la Salceda, en Las Torres de Cotillas. Jamás lograron recuperar el cáliz y el copón de plata que desaparecieron.

Los autores de estos asaltos, a menudo, eran bandoleros cuya localización resultaba un tanto complicada. Pero no sucedió eso en Yecla en 1892, donde la Guardia Civil logró detener a toda una banda de salteadores, quienes igual asaltaban iglesias que secuestraban, como concluye Montes, «a ricos hacendados». Tantas fechorías se les atribuían que el juez empleó casi un día en tomarles declaración.

Nada comparado con el gran asalto a la casa del cura de Espinardo, en Murcia, a quien ‘levantaron’ varios cálices de plata, una custodia, un copón y un incensario. Y, de paso, también la espléndida cubertería que atesoraba en su casa. Entre los últimos robos del siglo XIX se registraron el realizado en el paraje de Lo Rizo, en El Algar, en 1895, y en la ermita de la Hacienda de Triviño, en Cartagena, ya entrado el año 1900. El primero no tuvo como objeto un templo, sino la casa de un feligrés que conservaba varios cuadros religiosos. En el segundo, los cacos perdieron el tiempo abriendo un boquete en la pared de la ermita porque, una vez dentro, solo lograron apropiarse del cepillo de las ánimas. Encima, hasta detuvieron a uno de los ladrones.

Capítulo aparte merecen las desapariciones durante la Guerra Civil. Y, lo que resulta más curioso, en los años posteriores cuando, por las estrecheces económicas, muchas obras de arte fueron, directamente vendidas.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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