DE LENGUAS (DE COMER) Y DE LENGUAJES (DE HABLAR)
Mar 05 2016

POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)

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Solemos decir por Colunga al ver charlando a varias personas (amistosamente, se entiende), que «están dando la parpayuela».

Hablan, gesticulan, se palmotean o abrazan, ríen… Es un lenguaje desenfadado, noble, sincero…

Todos conocemos que cada momento, cada lugar, cada situación, cada profesión tiene un lenguaje adecuado al caso.

Yo no concibo un lenguaje eclesial que «anime» a un sacerdote a decir tacos, aunque solamente sea «un coño», durante la homilía. Sí, ya se que haberlos hailos (y con gran regocijo del «beaterío de ferviente adhesión o BAF»).

Tampoco entiendo, y me cuesta trabajo admitirlo aunque lo vea y escuche diariamente, que el «lenguaje tabernario» sea utilizado permanentemente como «lenguaje parlamentario».

¡Vean y escuchen, si son capaces de ello, a nuestros parlamentarios actuales!

Les cuento una anécdota que, según me dijeron, fue protagonizada por el gran político asturiano, fundador del Partido Republicano Reformista, don Melquiades Álvarez.

Pronunciando don Melquiades un discurso, en las Cortes, acerca de un cierto proyecto social, le interrumpió así un diputado:

¿De qué socialismo habla Su Señoría si usted usa pijamas de seda para dormir?

¡Qué indiscreta es su señora!, replicó de inmediato don Melquiades.

Un servidor, de verdad, añora aquello que antaño se enseñaba en escuelas y colegios y se llamaba URBANIDAD.

¡Vamos a «dar la lengua».

No a charlar amistosamente, ni a discutir si en Granada le robaron el partido de fútbol al Real Sporting de Gijón, ni a reñir con palabrotas malsonantes (que en algunos casos, si tienen «jota», convienen como liberadoras de energía).

Hablaremos de la LENGUA DE TERNERA o de VACA, que antes calificaban como «despojos» y es un producto cárnico de exquisita estima.

A mi como más me gusta es en estofado y complementada con una guarnición de «arbeyinos» (guisantes) y setas.

¡Adelante!

Se pone abundante agua en una tartera, al fuego, y cuando rompa el hervor se mete la lengua de ternera en ella, se esperan nuevos hervores, se rezan «un credo y una salve»; se saca, escurre y se pela con un cuchillo de buen filo.

Se lava al chorro de agua fría, se adoba con ajo y sal y reposa durante dos o tres horas.

Vuelve, después, a una cacerola con aceite caliente y dora, sin rustir.

Inmediatamente se suman cebolla, pimiento, tomate (todo bien picado), pimentón, un majado en mortero de ajo y perejil, un vaso de vino blanco o una copa de brandy, y agua o caldo.

La cocción, que dura unas dos horas y media a tres, ha de ser moderada y continua.

La salsa ha de resultar ligerita, pero bien trabada.

Se ofrece cortada en lonchas, bañadas en su salsa, acompañadas con una guarnición de setas, champiñones, guisantes, patatas fritas…

¿Les cuento un secreto? En «Casa Emburria» (El Crucero-Tineo), preparan una lengua estofada que, empleando un lenguaje muy al caso, nos anima a decir: «¡Esto es cojonudo y a la vez, chocante!».

¡Vaya! Que es de matrícula de honor.

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