POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
De la bondad y posterioridad de muchos grandes hombres (y mujeres) sólo nos enteramos cuando reseñan su vida y obras en el obituario habitual de los medios periodísticos, enmarcado en un recuadro de caja funeraria.
Vivir es sólo eso: caminar hacia la muerte. Y ninguno se salva de ella. Supone un salto definitivo. O un viaje al infinito.
La mar no es el morir sino el vivir continuadamente nada más que porque sí, batiéndose contra lo imposible e impasible.
Olas que vienen y van: como las políticas, las modas, las guerras y la paz.
Un hombre, un álamo. Una lengua, una encina. Un país, un bosque. Una raza, una selva.
Los renglones blancos siempre acaban en negro. Tú escribes y el lector pone el punto y seguido o el punto final.
Poco tiene que ver la realidad con la fantasía, porque ésta se sobrepone a la otra como el sueño nocturno se sobrealza al día tramposo y enojoso. La imaginación no encuentra límites y si los encuentra, los desborda, como el río impetuoso que es.
Así cambian la alegría y la tristeza, la honra y la deshonra, la riqueza y la pobreza.