LA PURIFICACIÓN DE LA SANGRE DE LOS BORBONES EN EPOCA DE ISABEL II?
Mar 09 2016

POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

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Escudriñando en la historia de la dinastía de la Casa de Borbón, en el siglo XIX, me encuentro con un personaje importante de la Historia de España, se llamaba Isabel de Borbón y Borbón (Isabel II) , que era hija del Rey Fernando VII y Doña Carlota de Borbón-Dos Sicilias que al llegar a la edad de la pubertad, su madre, como era preceptivo en las Casas Reales, le comunicó que se casaría con el Infante Francisco de Asís Borbón y Borbón, Duque de Cádiz, decisión que ya era costumbre durante el siglo XIX en España por intereses regios.

La joven Isabel, posteriormente Reina Isabel II, ascendió al trono el día 29-9-1833. A los tres años, se echó hacia atrás totalmente encolerizada y haciendo gestos negativos a tal unión, ya que el prometido que le había asignado su madre, la Reina Doña Carlota, era primo hermano por partida doble de Isabel y, además, tenía fama de ser homosexual, por su voz aniñada y andares cadenciosos.

Isabel, llorando y malhumorada le decía a su madre por activa y por pasiva: que no, “con Paquita no”, que así le llamaban en los círculos familiares a Don Francisco de Asís. A pesar de todo, por motivos dinásticos, su madre Doña Carlota, no dio su brazo a torcer y, al poco tiempo se programó dicha boda.

Como ambos padres, Francisco de Paula de Borbón y el Rey Fernando VII, eran hermanos y las dos madres Doña Carlota de Borbón-Dos Sicilias y Doña Cristina de Borbón-Dos Sicilias también, si hubieran tenido hijos los resultados hubieran sido genéticamente funestos.

Al ser esta boda pactada por asuntos dinásticos, con aumento de patrimonio y poderío regio, la futura Isabel II no tuvo más remedio que aceptarla aunque a regañadientes y, a sabiendas que su futuro marido y primo, no la haría feliz sentimentalmente. Por tal motivo se le llamaba ¿la Reina de los tristes destinos?.

Ahondando en los entresijos dinásticos, resulta que el monarca francés Luís Felipe, urdió la idea de que se casaran y, a la vez, su hijo, el Duque de Montpensier se casaría el mismo día con la hermana pequeña de Isabel; Ante la certeza de que al no tener descendencia Isabel con Francisco, los derechos dinásticos pasarían a su propia hermana pequeña y, como consorte el de Montpensier, a su hijo y por consiguiente, a sus herederos los haría reyes. Y la historia añade que una de las hijas de Montpensier, fuera la Reina Mercedes.

Tal y como fueron maquinadas dichas bodas, así acontecieron y, el día 10 de octubre del año 1846 tuvieron lugar los esponsales en el salón del Trono de la Capilla Real de Madrid.

Algunos se frotaban las manos; habían conseguido lo que pretendían pero no contaron con las argucias que estaba preparando la propia Isabel II. Como excelente descendiente de los Borbones, no estaba dispuesta a mantener esa situación de mujer casada sin felicidad en el matrimonio y, de esa forma, la Soberana coleccionó una larga lista de amantes: Situación con la que no contaba el monarca francés Luis Felipe, por la que tuvo 12 hijos, no de su propio marido; de los que sobrevivieron a la niñez, solo cinco.

Mientras su marido oficial, Francisco de Asís de Borbón, asumió con naturalidad las relaciones extramatrimoniales de su mujer Isabel II con todos sus amantes, él, por su parte mantuvo una relación durante casi toda su vida con D. Antonio de Ramón y Meneses.

Fruto de la relación con uno de sus amantes, el capitán José María Ruiz de Arana, la reina Isabel tuvo a su hija la Infanta Isabelita, y justamente que ser hija de ese capitán Arana, en la Corte Real le llamaban Isabelita la Aranesa.

Otro de los amantes más renombrados en la vida de Isabel II, por las consecuencias dinásticas, fue un joven y apuesto militar catalán Enrique Puig y Moltó, ya que de su relación sentimental nació quién sería el futuro Rey de España, Alfonso XII.

En la Corte le conocían como el padre ‘secreto’ del príncipe Alfonso. Esta secuencia de la Historia de España es relatada con minuciosidad por el historiador José María Solé en su libro ‘Los Reyes Infieles’.

Los problemas de consanguinidad que venían arrastrando los miembros de la Casa Real de los Borbón fueron cortados de raíz por Isabel II, ya que al relacionarse con otras personas que no eran Borbones, consiguió que entrara sangre nueva en la familia real española, evitando los problemas genéticos que hubieran acarreado, si la consumación del matrimonio con su primo Francisco, hubiera sido una realidad.

Las argucias sucesorias del rey francés Francisco Luís le salieron malparadas y, el proceso dinástico, aunque hijo secreto de Enrique de Puig y Moltó, recayó en Alfonso XII.

Hay páginas de la historia de España escritas por políticos e historiadores que nos demuestran que los cambios territoriales de nuestra querida España y los problemas sucesorios de la Monarquía, con sus excepciones, no han sido tratados con sensatez y con participación de los españoles sino por impulsos de su testosterona y sus ansias de poder, en los varones y, en el comportamiento como verdaderas poco decoroso de las reinas. ¡Vamos! que los tratados regios eran asuntos de bragueta. Por ahí perdimos Gibraltar, por la lucha entre los Austrias y los Borbones, aceptando y firmando en el Tratado de Utrech. Por todo lo relatado, a las pruebas me remito.

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