POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
El bandido Blas Infante, mientras la Guardia Civil le reventaba el pecho a golpes de bayoneta, aún arrancaría fuerzas para exclamar: «¡Despacharse a vuestro gusto que otras veces me he despachado yo!». Así cuenta la leyenda que falleció uno de los más célebres entre los forajidos de Murcia que, a mediados del siglo XIX, despertaban tanto odio por algunos como admiración por otros.
Blas Reyes, como destacó en su día el maestro Martínez Tornel, no era el único bandolero que operaba en torno a La Ñora. Otros nombres pasaron a la historia del crimen en Murcia, aunque hoy nadie se acuerde de ellos. Así, ‘El Cojo el Amante’, quien tuvo fama de hombre desalmado. O ‘Mala Maera’, cuya fuerza en sus muñecas lo hizo temible. Sin olvidar a ‘Antón Polluelo’, al que fusilaría el propio Blas Reyes porque descubrió que robaba en su nombre… y así otra retahíla de personajes con más leyenda que historia auténtica a sus espaldas.
La historia de Blas Reyes, que el investigador José García Mulero situaba entre 1870 y 1875, sucedió en realidad muchos años antes. Pocos datos históricos se tienen de su figura, salvo que se casó en 1825, cuando contaba 17 años de edad, con Josefa García Martínez. Se dedicaba por entonces a la venta ambulante entre su pedanía natal y Guadalupe.
Más tarde, ya convertido en empleado de la fábrica de la pólvora, destacaría por «su genio vivo y valiente; pero muy dado a atender a las obligaciones de su casa y poco amigo de borracheras ni de bureos», señaló Tornel, quien además añadió en su obra ‘Cuentos y tradiciones murcianas’ (1880), que la esposa «vive todavía» y que, aunque al casarse con Blas «era joven, no era nada hermosa». Total, que la pareja, como todas, se lleva razonablemente bien. Hasta que entró en escena un fraile del convento de San Jerónimo, conocido como el padre Selfa, quien acostumbraba a visitar a la mujer, estuviera Blas o no en la casa, por guardar con la familia una antigua amistad. Cierto día, mientras trabajaba en la fábrica y como había sucedido en varias ocasiones, el polvorista sufrió las bromas de sus compañeros, quienes le recordaban que su mujer andaría con el fraile. Fue la gota que colmó el vaso. Blas se dirigió a su casa y, para mayor desventura del religioso, lo encontró platicando con Josefa en la puerta, donde ella cosía. Sin mediar palabra, el hombre recogió un cuchillo, que escondió en su faja, y abandonó el lugar, apostándose en un campo de olivos cercano a la espera del fraile.
Cuando ambos se encontraron, Blas no dudó un instante. «¡Quítese el hábito porque voy a matarlo!». Y así lo hizo, sin retirarle siquiera el cuchillo del pecho. Al fraile aún habrían de encontrarlo moribundo y tuvo tiempo para pronunciar el nombre de su asesino. No hubiera hecho falta porque en el puño del cuchillo estaban grabadas las iniciales de Blas, según unas versiones, y su nombre completo, como mantienen otras. Tampoco faltaron autores que explicaran que el incidente se produjo después de que el fraile pidiera a Josefa que le lavara su pañuelo en la fuente pública. Vaya usted a saber.
Ya convertido en bandido, esquivó a la Guardia Civil mientras pudo, aunque fue detenido e ingresado en el penal de Cartagena, de donde se fugó. La situación social del país le acompañaba: partidas de bandoleros recorrían los caminos mientras los ataques a la Iglesia Católica se sucedían. De 1836 a 1856, por aportar un dato, se sucederían hasta tres desamortizaciones.
La leyenda de Blas Reyes estaba servida. Unos decían que era un hombre dotado de tanta fuerza que podía saltar un carro. Otros que tenía la costumbre de jugar al truque después de cometer un asesinato. Estos que solía rezar el rosario y tenía una plática afable. Aquellos que odiaba a su mujer hasta el extremo de intentar asesinarla.
Sus crímenes más sonados
El robo más célebre que se recuerda de Reyes fue el atraco a un rico hacendado de Sangonera, a quien se conocía como el ‘Tío Magán’. A su puerta llegó una noche la partida del bandolero para exigirle el pago de 40.000 reales a cambio de no secuestrarle. Pero el pobre Magán juró y perjuró que nunca había tenido tanto dinero. Así que se lo llevaron al convento de Los Gerónimos, entonces un nido de bandidos. Al final se negoció un rescate que se acercó a la cantidad solicitada en un principio.
Los crímenes de Blas, o los que otros le adjudicaron, son variados y espeluznantes. En una ocasión, mientras jugaba a las cartas en la casa del alcalde de La Ñora, salió un instante al patio tras asegurar que tenía «el vientre suelto». En apenas diez minutos saltó varias tapias hasta la casa de Trinidad, una joven que lo había rechazado, la asesinó y volvió a seguir jugando como si nada hubiera pasado. De hecho, cuando llegó la noticia del asesinato a la casa, el bandolero exclamó: «¡Menos mal que estaba con usted, señor alcalde, que, si no, me hubieran colgado también ese mochuelo».
Si solo mencionar su nombre ya causaba miedo, al menos logró casi limpiar de bandidos la huerta. A alguno de ellos los citó para preparar un robo, aunque antes les ofreció cenar. Y mientras aquellos daban cuenta de una simple ensalada, Blas desapareció. Pero llegó la Guardia Civil y acabó a tiros con los comensales. El adjetivo de traidor se sumaba a la interminable retahíla de insultos que ya identificaban al bandolero.
Blas Reyes moriría más tarde también a manos de la Guardia Civil. La leyenda mantiene que fue una lucha sin cuartel entre el forajido y un sargento, a quien arrancó de un bocado una falange antes de que el resto de números convirtieran el cuerpo del bandido en una regadera. «¡Despacharse a gusto como otras veces me he despachado yo!», cuentan que fueron sus últimas palabras. Y hasta aquí la leyenda.
Lo cierto es que Blas era un viejo conocido de la justicia. El 22 de septiembre de 1847 publicó el ‘Boletín Oficial de la Provincia’ el requerimiento de un juez para que se presentara, en el plazo de nueve días, en la cárcel de Murcia para responder «de los disparos de fuego ocurridos en dicha población de La Ñora la noche del 5 de mayo de 1945». A esta orden se sumó otra el 3 de mayo de 1848 por parte de un juez del cuartel de la Catedral que lo declaraba en busca y captura. El propio Boletín publicó el 15 de agosto de 1875 que gracias al cabo primero de la Guardia Civil Francisco Tornel, comandante del puesto de Javalí, «ha sido capturado y muerto el día 4 el famoso criminal Blas Reyes». Después de dispararle en varias ocasiones, cuando es posible que ya estuviera muerto, hasta siete cuchilladas de bayoneta recibió su cuerpo.
Fuente: http://www.laverdad.es/