POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
La pasada cuesta de enero me resultó muy larga. Eso pensaba yo una noche de insomnio del dichoso mes. No me podía dormir porque cometí el error de dejar la tele como telón de fondo, mientras repasaba el periódico. Levanté la mirada: una señora, con signos de odio infinito en su cara, lanzaba improperios contra el matrimonio Borbón- Urdangarín. Mira que una está acostumbrada a la violencia televisiva, porque no hay debate que no acabe en gritos. Pero lo que vi esa noche lo superaba. Aquello era una incitación al linchamiento. Aplaudido por la casi totalidad de contertulios. Lo más penoso era que a la par, reiteradamente, pasaban imágenes del día en que se sentó en el banquillo esta pareja. Sólo con ver sus caras cualquier ser humano hubiera tenido compasión, que no está reñida con el cumplimiento de lo que marque la ley.
A lo mejor es que yo no estoy al tanto de la actualidad mediática, y por eso me asusté de las barbaridades que escuché aquella madrugada, referidas incluso a temas íntimos de la pareja. A lo mejor alguna de ellas se ajusta a la verdad. A lo mejor Urdangarín se pasó parte de la jornada del juicio echando risitas a diestro y siniestro. A lo mejor su señora es una consentidora de ciertas golferías. O no. Lo que yo he podido ver es que este matrimonio tiene unas ojeras inmensas. Que han envejecido en plena juventud. Lo que yo sé es que tienen varios hijos inocentes, que estarán padeciendo las de Caín. Lo que también sé es que Inaki y Elena tiene padres que lo estarán pasando fatal. Porque una tiene hijos y entiende de lo que habla. También sé que los están juzgando, espero que con las mismas leyes que a los demás. Y que, seguramente, pagarán su condena, la que marque la Justicia. Pero lo que yo presencié esa noche de enero no era nada de eso. Aquello era una pandilla de chacales disfrazados de humanos que hacían caja linchando a unos presuntos delincuentes antes de que se dictara sentencia. A lo mejor luego se fueron a dormir tan panchos, cosa que una servidora no pudo hacer. Porque mi capacidad de odiar es corta. Y porque llevo dentro el sentimiento de la misericordia y el deseo de consolar al que sufre, por mucho que haya errado en su vida.
Sobre la misericordia escribió Galdós una de sus grandes novelas en 1897. Es un retrato ácido de lo peor que existe en la condición humana, pero también de lo mejor. Una criada, la protagonista, es capaz de mendigar para ayudar a otros, incluida su “señora”, personaje detestable. Para escribir esta obra, Galdós pasó meses frecuentando las llamadas “casas de dormir” de la Calle Mediodía Grande, en Lavapiés. Se llegó a disfrazar de médico de la Higiene municipal para visitar corralas en la que reinaba una miseria indescriptible. No es de extrañar que con tales experiencias D. Benito fuera cada vez más radical en sus ideas, y que conectara con el socialismo de entonces. Pero Galdós nunca fue violento ni sectario. De hecho, mantuvo amistad con viejos amigos de derechas, como Menéndez y Pelayo, o el también novelista Pereda. Porque si algo criticó siempre este escritor fue la intransigencia de los españoles, en la que se han construido los cimientos todas nuestras las guerras civiles. Acaso por eso Galdós murió sin ver el éxito de algunas de sus obras, como Misericordia, que tardó treinta años en reeditarse. Murió ciego y pobre. Sabiendo que su obra era vituperada por muchos de los que en 1920 se llamaban intelectuales y regían este país. Tuvo suerte de que no lo lincharan. Por fortuna no se había inventado la televisión.
Mi papelera dice que Dios nos libre de los mediocres; de los acomplejados, y de los que carecen del sentimiento de la compasión. Yo digo que ni Dios puede hacer este milagro mientras tengan voz en una pantalla de TV los que quisieran llenar las plazas de horcas y guillotinas. Los que se consideran la Justicia sin ser jueces. Los que odian tanto que se olvidad de amar. Los que no saben en qué consiste la Misericordia.
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