POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
A finales de febrero de 1928, el acalde de Torrevieja, Waldo Calero, recibió una carta del ministro de Fomento comunicándole el haber enviado un oficio a la Jefatura de Obras Públicas de Alicante para que se activase el comienzo de las obras del puerto.
Era ya una obsesión la que sentían los torrevejenses por la construcción del dique de abrigo, es decir, del puerto. Lo era por humanidad, por dignidad y como medio de vida.
Por humanidad lo era, porque al iniciarse algún temporal, cosa muy frecuente, el destino del buque que fiándose de sus amarras se aguantaba en la bahía, era ir a estrellarse a la playa de Ferrís, si el temporal era de Levante, en donde, en muchos casos, encontraban la muerte sus tripulantes, por muy rápido que se le prestara el salvamento, o a la propia playa de la pescadería si el huracán soplaba del S. O., vulgarmente llamado ‘Leveche’, viéndose obligados, para librarse de tan fatal destino, el hacerse a la mar, abandonando sus anclas, y buscar refugio, si podían alcanzarlo, en algún puerto o fondeadero de la costa, cosa que no siempre lograban, por ser víctimas de la furia de los elementos.
La gente del mar de Torrevieja no podía disfrutar tranquila de los goces de la familia, porque inesperadamente, fuera de día o de noche, eran llamados para ir a bordo y salir de ‘estampía’ huyendo del temporal que ponía en peligro sus naves y sus vidas, pues muchos que en cumplimiento de su deber habían salido, a las pocas horas habían perecido.
Lo era por dignidad, porque en pueblos de mucha menos importancia, en que a penas de cargaban una docena de barquitos al año, tenían un puerto, y Torrevieja, por donde se cargaban más de trescientas mil toneladas anuales, no lo tenía, considerándose haber sido menospreciada y desatendida en su petición.
Y para su vida era urgente e inaplazable la construcción del puerto, porque la clase obrera, cada vez más numerosa, se veía a menudo cada vez más privada de sus jornales y en huelga forzosa por la ausencia de los barcos, que unas veces por fuerza y otros por miedo, se ausentaban de la rada.
La aspiración de los torrevejenses de que se les hiciera el puerto era tan antigua como el pueblo mismo; pero cuando se empezó a ejercer fue en el año 1862. De esa fecha hasta 1928, como hemos ido exponiendo, se habían hecho varios simulacros de puertos; pero apenas empezadas las obras fueron rescindidas con burdos y ridículos pretextos, continuando en el ánimo de todos los habitantes de Torrevieja, que si no estaba todavía hecho el puerto, culpa era de los políticos de la comarca.
En 1928, el corresponsal del periódico ‘La Voz de Levante’, inició una serie de informaciones para pedir el inmediato principio de los trabajos de construcción del dique en la población de Torrevieja; se movilizaron los obreros; en la Casa del Pueblo pidieron que fuera un comité a ver al alcalde Waldo Calero Idiarte, y así se efectuó. El 17 de febrero, escribió el alcalde al ministro de Fomento, quien le contestó el 24 del mismo mes, diciéndole lo que ordenaba sobre el particular, órdenes que dieron resultados al empezarse a construirse en Torrevieja los bloques necesarios, y que trabajaran con actividad en el embarcadero de Santa Pola para traer piedra procedente de su cantera cuanto antes.
El ministro de Fomento, perseveró en su actitud, exigiendo una mayor actividad en la construcción en la construcción del dique, y en que todos los que indirecta o indirectamente intervenía en ello, prestaran su interés en el pronto despacho de los expedientes.
Por último, los contratistas Pío y Manuel Ezcurra debían prescindir de todo, haciendo un esfuerzo en beneficio de Torrevieja, echando la piedra en su dique lo más pronto posible. Se lo pedía un pueblo angustiado.
Después de sufrir un gran retraso, en 1928, por fin dieron comienzo las obras del dique de abrigo del puerto. El puerto tendría un dique de 950 metros de longitud, formando parte de él la reconstrucción del antiguo y pequeño fondeadero de Antonio Mínguez.
El presupuesto total de las obras ascendía a la considerable suma de 6.771.133 pesetas.
Los contratistas hermanos Pío y Manuel Ezcurra, contaban con una verdadera flota de remolcadores con los que transportar la piedra desde la cantera de Barranco-Honde Santa Pola hasta Torrevieja, comenzando así la construcción del deseado puerto.
De todas formas, en junio de 1929, se acordó que una comisión de personalidades torrevejenses recabaran del gobierno para que adquirieran mayor actividad las obras del puerto, que se iban realizando con una lentitud desoladora.
El 27 de septiembre de 1929, se produjo en Torrevieja un gran júbilo con la llegada de los dos primeros barcos conduciendo piedra para la construcción del puerto. La presencia del remolcador al doblar el cabo de Santa Pola fue señalada con el disparo de multitud de cohetes. El pueblo entero acudió a la playa a saludar a las embarcaciones, que venían empavesadas. Las autoridades fueron felicitadas por haber conseguido la ejecución de esta mejora tan necesaria a la vida de Torrevieja.
En diciembre, se fondeó una boya luminosa de forma cilíndrica, que exhibía una luz fija de color verde, marcando de esta forma el extremo sur de la escollera en construcción.
(Continuará)
Fuente: Semanario VISTA ALEGRE. Torrevieja, 19 de marzo de 2016