POR ANTONIO BOTÍAS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Pasan tronos y manolas, estandartes y alharacas, pendones, estantes y cetros, incensarios y dalmáticas, tambores y carros bocina, concejalas enlutadas, algunos de ‘postureo’ y otros sacando la panza, los gitanos de las sillas con sus papeletas blancas, puñados de caramelos entre monas embolsadas, pines, estampas, llaveros, ‘senás’ de chuches atestadas, medias en sedas bordadas y hasta pasan gorriones rozando las sagradas tallas… Pero tu habica humilde, tan sencilla y tan huertana, tan hija de nuestra tierra y quizá la más murciana, con el hambre que quitaste cuando nos venían mal dadas, no acudiste a la cita con la Murcia pasionaria.
¿Qué fue de ti, habica humilde, de verde esperanza galana, de piel que es terciopelo insigne y hojas verdiazuladas? ¿Es que ya no te cultivan en esta huerta olvidada? ¿Es que crecen los ladrillos donde antes campeabas entre acequias cantarinas en bancales de esmeralda? ¿Es que ya ningún estante te mece en túnica apretada? ¿Acaso nadie presume de tu alargada elegancia y aquellas sonrisas amplias que al sacarte despertabas? «¡Hola Paco, otro año, toma un puñado de habas!». La carrera nazarena vibra de largas bocinas doradas, de rojo corinto y de negro que el nuevo pendón engalanan.
La tarde corinta pasa, pero pasa sin sus habas
Primero fuiste alimento del huertano que llegaba para sacar unos tronos que nadie se disputaba. Donde ahora cargan treinta, antes solo diez cargaban. Con monas y huevos cocidos la carrera acompañabas y eras indispensable, dulce cápsula murciana, cuando el estante de ley sentía sus fuerzas menguadas.
En aquel tiempo remoto, aquellos huertanos de raza daban cuenta de tus granos en esta o aquella parada, acompañados de vino, de aquel vino que rascaba, antes de echarse un cigarro que a nadie escandalizaba. «¡Si en Murcia ya nos sabemos que este cuento bien acaba!», decían los viejos estantes al hablar de la Semana Santa. Y entonces seguían su paso y si alguna vez sobrabas no faltaban manos pobres que anhelaran tu llegada.
Luego, al pasar el tiempo, habica de mis entrañas, fuiste obsequio de algazara, risa para los pequeños, para el abuelo añoranza, espanto para los cursis que te creían anticuada aunque más tarde, a escondidas, a michirones se hincharan. Y aún seguiste unos años asomando en cada plaza entre la túnica antigua y la estampada corbata. Incluso diste algún susto cuando al suelo te tiraban y al pisarte, en un descuido, la esparteña resbalaba. «¡Me cagüen…!», exclamaba el huertano y, por prudencia, callaba. La tarde corinta pasa, pero pasa sin sus habas.
Te convertiste en anécdota
Tras haberlo sido todo, habica hoy desterrada, te convertiste en anécdota y más tarde en olvidaba, hasta que, sin armar revuelo, has llegado a no ser nada. Los brazos de luz tintinean, reflejan tristes miradas. Destellos de cinc mortecino en las bocinas galanas. La mona, siendo tan dulce, es ahora mona huérfana. Y el huevo llora en silencio en su pena plateada. Pronto también pasarán a ser historia olvidada. El año que no cueza la madre, no se cocerá ya nada.
Ya nadie desciende al bancal, haba que antes reinabas, cumplida Semana Santa, para arrancarte aún viva, palpitante y apretada, cuajada de sabor a Murcia y nazarena de raza. Ya nadie el pastel de carne, media tarde superada, en plena carrera corinta, con tu sabor lo acompaña. Ni tampoco eres sorpresa para el turista que pasa y al que obsequiamos con pines… igual que se estila en Alaska.
No creas, habica mía, que alguna vez volverás a adornar buches inmensos o una ‘sená apretá’. Mientras tanto seguiremos inventando mil promesas para proteger la huerta o lo poco que nos queda. Y olvidaremos que tu, habica de bancal y sera, siempre fuiste embajadora de la Murcia nazarena.
Fuente: http://www.laverdad.es/