AMPARO BAJO EL CIELO ENCAPOTADO • LA COFRADÍA DE LOS AZULES INAUGURA LA SEMANA SANTA EN UNA TARDE DESAPACIBLE PERO INTENSA
Mar 20 2016

POR ANTONIO BOTÍAS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

El Cristo del Amparo procesionando por Murcia.
El Cristo del Amparo procesionando por Murcia.

No fueron este viernes por la mañana los tronos de la Cofradía del Cristo del Amparo, ya adornados para la procesión que arranca desde San Nicolás, lo que más contemplaron esos miles de murcianos que vestirían, ya cumplidas las siete de la tarde, su túnica azul de estreno de la Semana Santa. No. Lo que casi todos escrutaron a lo largo del día fueron los cielos de esta ciudad donde, apenas resuena el primer tambor sordo o gime por vez primera un carro bocina, las nubes se arremolinan para tentar el ánimo de los cofrades encargados de inaugurar la Pasión en Murcia.

Las previsiones, pese a todo, eran esperanzadoras. Aunque la Esperanza sea la cofradía que desfilará el próximo domingo desde San Pedro, también con cierto riesgo de lluvia. Las aplicaciones móviles, algunas de indescifrables nombres, auguraban este viernes que la amenaza de lluvia dejaría paso a un desfile espectacular.

Pero, apenas una hora antes de que las puertas de la parroquial se abrieran, cierta brisa húmeda seguía preocupando a quienes formaban la tradicional cola en el costado del templo. Y también a la multitud que cada año, repartida en filas de varias sillas a lo largo de la carrera, aguarda recibir el primer caramelo del año.

Retiembla el reloj de la antigua parroquia. Algunos pajarillos, acaso resguardados de unas cuantas gotas que caen del cielo, alzan el vuelo ante la plaza cuajada de fieles. Los carros de las chucherías, con su letanía de pipas y coco húmedo, apresuran el paso hasta adelantar a los vendedores de globos. Los gitanos de brazalete rojo apuran sus cigarrillos mientras cuentan sillas y tiques y gritan tacos tan irreproducibles como certeros.

Unos niños devoran pasteles de carne en plena vigilia de Viernes de Dolores. Y entonces, mientras algunos abuelos recuerdan otras procesiones y otros años nazarenos, sucede. Cruje la quebrada cancela y el estandarte anuncia el inminente inicio del desfile. En el interior, cientos de estantes amarran su almohadilla a la reluciente tarima o a las varas. Se prueban las baterías y se colocan algunas rosas desprendidas del trono del titular: el Cristo del Amparo, ante cuyos pies ya lucía desde la mañana el estante del que fuera su cabo de andas, Ángel Galiano. Y parece que ese simple trozo de madera torneada, aún hoy, cuando el antiguo presidente ya anda dando guerra por el cielo, impone a muchos.

Soniquetes remotos

Junto al paso, su hijo, Ángel Pedro, digno sucesor de esta saga de nazarenos de ley. A él corresponde ese honor nunca escrito de abrir la Jerusalén murciana. Y lo hará con dos Salzillos, como son su Cristo y la Virgen de los Dolores. Y con una Sagrada Flagelación de Hernández Navarro. Y con el San Juan de Fernández-Henarejos o el Jesús ante Pilatos de Labaña. Precedidos todos por el Ángel de la Pasión, de Rafael Roses, el que va señalando al cielo… nublado. Los palillos de los tambores hacen retemblar la ciudad. Es un soniquete remoto que todo murciano, con serlo, identifica al instante. Vuelven a llorar de burla las bocinas alargadas sobre ruedas, espléndido legado artístico y musical que, porque así somos, nadie supo nunca poner en valor. La tela ahoga el martilleo sobre los tambores. Avanza la procesión hacia el corazón de la ciudad.

Al fondo, por Trapería, se recorta el llamado Cristo de los Toreros, aunque aún sea nazareno. Lo portan sobre sus hombros diestros. Lo llevan también periodistas y otros que, sin ser ni una cosa ni otra, meten el hombro hasta sentir el pulso que la madera imprime a sus músculos. Anda el Cristo de estreno con túnica frailuna que recuerda y homenajea a las Madres Capuchinas del Malecón, de donde parte cada año camino de San Nicolás en el primer gran traslado de la Semana Santa. La talla que imaginara Nicolás de Bussy en 1693 corta a su paso una ligera brisa de silencio, a menudo destrozada por la algarabía de los niños que, bolsas enormes en mano, aguarda el obsequio del anónimo nazareno. «¿Me das un caramelo?, ¿me das un caramelo?, ¿me das un caramelo?». Y así insisten hasta el aburrimiento ante la mirada de los abuelos que todo se lo consienten a los nietos. Y más en tarde nazarena.

Lágrimas de cristal

Pasan los estantes al mando de sus cabos de andas. De nuevo, aunque el tiempo se conjure para evitarlo, vuelven a tintinear las lágrimas de cristal en las tulipas, que en Murcia poca cera se quemaba en las procesiones sobre las tarimas. Otra vez se escucha el golpe metálico y seco del estante sobre el metal para anunciar que el paso debe detenerse o seguir. Y, de nuevo, el aroma a azahar inunda la carrera para mezclarse con el incienso.

Murcia ya cumplió este viernes su primera estación de penitencia. Que si se invocó con ello a las creencias religiosas de muchos, no menos supuso para otros un nuevo espectáculo de arte, cultura y tradición. El Amparo recuerda sobre el asfalto cada primavera que la huerta, por desgracia, solo se asoma a la urbe en las habas que los estantes regalaban, en las calas y clavellinas que adornaban tronos, en las medias bordadas como en paño de túnica por donde trepan filigranas, en el pañuelo florido en la cabeza, en los estantes de morera y, por encima de cualquier otro detalle, en el rostro de orgullo y responsabilidad de los cofrades murcianos cuya expresión, eso sí, resulta imposible fingir en un mundo donde nada es lo que parece, salvo el Amparo en su tarde azul de Viernes de Dolores.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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