POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Ahí andabas, ocupando una silla al bajar el Puente Viejo, como si nunca hubieras disfrutado el desfile de la Sangre, sin levantar la voz cuando un mayordomo de los jóvenes te pidió que te sentaras porque el desfile llegaba, sin conocer que estuviste medio siglo largo junto al Cristo carmelitano, sin saber que siempre registe la hermandad con prudencia y respeto. Y callaste porque no buscabas la gloria que otros persiguen cuando el Señor del Carmen se asoma a la Gran Vía y los fotógrafos iluminan la tarde ya quebrada. Y lo hiciste, nazareno ‘colorao’, porque de sobra sabías que las costumbres cambian y que otros vendrían a ordenarte cuando ya no tuvieras el poder de convocar a la Murcia nazarena cumplido el Miércoles Santo. Todo pasa.
Tú pensaste que no te vi. Pero allí, muy cerca, te observaba, antiguo mayordomo de la Sangre, jugando con tus nietos que vestían, como tú lo hiciste toda la vida, esa túnica que fue enseña de tu casa. Y sonreíste. Por vez primera en tu existencia degustaste el paso de la Samaritana y el Lavatorio, el ir y venir de mayordomos entre las filas, el trasiego de penitentes, el aroma a azahar que desde Belluga acariciaba al Pretorio, con el Berrugo apretando entre sus manos ladronas las últimas habas de la huerta. Y aguantaste las lágrimas cuando un estante anónimo te brindó un puñado de ellas, lo que ya no se estila, y entonces recordaste otros años y otras procesiones remotas, cuando tus hijos, que hoy cargan con orgullo las Hijas de Jerusalén, que cumple 60 años sobre la carrera, te dieron un abrazo y, entre lágrimas, te susurraron: «¡Gracias papá!».
Entonces el cabo de andas te pidió que te levantaras para acercarte a tu trono, a ese donde imprimiste las penas y alegrías de tantos años ya oscuros, el toque para que andara. Y, aunque no querías que nadie te viera, te vi llorar al recordar que el Cristo de la Sangre se llevó a tu mujer hace tan poco que aún crees escucharla en la soledad de la casa. ¡Ay si pudiera verte hoy, rodeado de nietos, ella que siempre supo que, aunque huertano serio de pura cepa, jamás les negaste nada! Pasa la procesión como la vida pasa.
Y no me negarás, cofrade ‘colorao’ hasta las entrañas, que al ver al Señor sobre el antiguo puente, tú que siempre fuiste un hombre de pocas palabras, no pudiste contenerte y te levantaste de tu silla. Y otros, al verte, hicieron lo mismo. Incluso muchos más reconocieron en tu rostro que, aunque nunca fuiste hombre de iglesia, reconocías en aquella imagen que reflejan las aguas cada Miércoles Santo algo que supera el intelecto. «¿Quién es ese?», te pregunto tu nieto más pequeño. «Es el Cristo de la Sangre», apenas lograste balbucear. «¿Y por qué llora?», insistió el pequeño. «Porque quiere quedarse con nosotros».
Pasó el San Juan y llegó la Dolorosa, que siempre fue vecina del Carmen con carné de identidad nazareno. Y, puedes negarlo las veces que quieras, pero las arrugas de tu cara se platearon de lágrimas. Yo sé, cofrade del antiguo partido de San Benito, que te emocionaste porque sabes que igual el año que viene ya no podrás venir, o acaso no te traigan, a ver tu procesión. Pero en eso, como en la compostura que intentas transmitir, te equivocas.
La tradición nazarena que prendió en tu casa te reservará siempre, como este año en que te santiguas al ver pasar al Cristo de la Sangre, un lugar de honor en tu carrera nazarena. Porque debes saber, anónimo abuelo del Carmen, que ese lugar es tuyo mientras Murcia sea nazarena.
Fuente: http://www.laverdad.es/