POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Hasta el último minuto. Así estuvieron este martes, conteniendo el aliento, miles de cofrades del Rescate durante todo el día a la espera de comprobar si podían sacar a la calle el cortejo que parte cada Martes Santo desde la parroquia de San Juan Bautista. Y el tiempo no les dio tregua durante horas.
La mañana amaneció fría y lluviosa, cubierta de nubes hasta el horizonte, aunque con la previsión de que, cumplido el mediodía, comenzaría a despejar. Pero no lo hizo, si bien remitieron los chubascos y muchos decidieron ponerse la túnica y dirigirse hasta la parroquia, que ya a primera hora de la tarde era un hervidero de nazarenos.
La Hermandad de Esclavos de Nuestro Padre Jesús del Rescate y María Santísima de la Esperanza ultimaba sus preparativos para iniciar la estación de penitencia a partir de las siete de la tarde, como es costumbre. Lucían los pasos arreglados en las capillas del templo, libres de bancos y dispuesta la nave central para acoger a los miles de penitentes que cada año visten la túnica morada y blanca, si acompañan al Rescate, o verde y blanca, si lo hacen antes, junto a la Virgen.
La pequeña mejoría fue acogida por muchos como un auténtico alivio. «Después de lo sucedido ayer en El Perdón, tenía mucho miedo de que nos pasara lo mismo», advertía un penitente a la puerta de la parroquia. Pero no sucedió y el solemne cortejo retornó una vez más a las calles más nazarenas de la ciudad de Murcia. Muchos murcianos se acercaron, curiosos, a contemplar qué sucedía en la plaza de San Juan y si, finalmente, la procesión saldría a la calle. «La suspensión en San Antolín nos ha animado a venir», reconocía un estante de la Cofradía del Perdón. Otros muchos fueron ocupando las improvisadas filas de fieles frente a la iglesia, desde la puerta de la parroquial al arco que desemboca en la calle Correos.
A las siete en punto
Las puertas crujieron para abrirse a las siete en punto. Como cabecera del desfile, el primer paso de la tarde: la Cruz Guía de Vicente Segura que, con sus 600 quilos de peso, es portada por 30 estantes. Heraldos y tambores hacen retemblar la plaza, que se anima cuando bajo el dintel aparece María Santísima de la Esperanza, una hermosa talla de Sánchez Lozano que precede al Nazareno del Rescate, aquel que ya antes de la Guerra Civil era venerado en la parroquia y cuyos cultos se celebraban gracias al empuje del sacerdote Juan Bernal.
Melena al viento y maniatada, la talla anónima del siglo XVIII recibe la admiración de miles de murcianos que ya, el primer viernes de marzo, acudieron a su popular besapié, el más multitudinario de la Región. Imponente la imagen del Rescate al cruzar Belluga, aunque un tanto menos solemne que otros años por la existencia en la plaza de dos enormes faroles, provisionales y sobre burdos basamentos de hormigón, que desentonan con la belleza del lugar.
Desfile recogido donde, también como es costumbre, no se entregaron caramelos y que, a pesar del mal tiempo, concitó muy numeroso público a lo largo de su recorrido. «Desde hace cuarenta años hemos venido a verlo. Llueva o truene. Y aquí estamos», destacaba una mujer junto a la calle del Arenal.
También muy nutrida desfiló la Hermandad de Promesas que acompaña cada año al Nazareno y que cierra la procesión. Ninguno viste túnica y suelen portar velas en agradecimiento de alguna gracia obtenida. De entre las muchas que el Rescate habrá concedido, pues tiene fama de milagroso, habría que sumar la de este lunes: que no lloviera estando el tiempo para llover.
Fuente: http://www.laverdad.es/