EL BACALAO COLGADO, SIMBOLO DE MENESTEROSOS
Abr 01 2016

POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

Bula 1

Durante el tiempo de Cuaresma, en la España depauperada de antaño, una pieza de bacalao colgado, reseco y con raspa era un símbolo inequívoco de pobreza en los humildes pobladores de nuestro pueblo de los siglos VIII, XIX y pasados los años sesenta del siglo XX.

Así ocurría en las casas de los humildes labriegos de Ulea, en el espacio de tiempo que va desde el miércoles de Ceniza hasta la Pascua de Resurrección; en total, unas siete semanas cada año.

Por aquellas calendas, se colgaba, en casi todas las casas del pueblo, unas figuras que sostenían en sus manos un bacalao reseco, con su raspa y sus agallas, como recuerdo de que en aquella casa estaba prohibido comer carne y, cuantos comensales se sentaban a la mesa, si no habían comprado la Bula de la Santa Cruzada, tenían que conformarse con comer un trozo de bacalao, so pena de incurrir en pecado: Siempre la sombra del pecado.

El problema de las religiones es que son un verdadero enigma que, en la mayoría de las veces, es muy difícil de descifrar y eso que el catolicismo es de los menos quisquillosos a la hora de promulgar los calendarios de ayunos y abstinencias.

El Código del Derecho Canónico, en su artículo 1251, nos viene a decir que todos los viernes del año se tiene que guardar abstinencia de comer carne sino coincide dicho día con una fiesta señalada. Además, nos sigue advirtiendo que el miércoles de Ceniza y viernes Santo se debe hacer ayuno y abstinencia, según nos recuerda el escritor y articulista Juan Eslava Galán.

Como anécdota contaba que si alguien se propasaba y le daba un bocado a un trozo de embutido de cerdo, durante un viernes de Cuaresma, no tenía más remedio que ir de inmediato a confesarse; si no quería estar en pecado mortal.

Sin embargo, en la España de los siglos XVIII- XIX y hasta el año 1966, había un recurso para mitigar los sacrificios en la comida: comprar la Bula de la Santa Cruzada. Este documento, que se le solía comprar al cura de tu parroquia, se trataba de un papel con un escrito solemne cuya cuota era desigual; dependiendo del nivel económico de cada familia. Esta dispensa, mediante la adquisición de la Bula, te permitía comer carne, huevos y productos lácteos; quien los tenía.

En el año 1950, el Obispo de Alcalá de Henares, desde el púlpito, advertía, con una severidad patética que: “se peca mortalmente, si no se observa la vigilia todos los viernes del año y, el ayuno, todos los días de Cuaresma y, el ayuno y abstinencia, el miércoles de Ceniza y todos los viernes y sábados de Cuaresma”.

A veces creemos que la historia de la Bula fue un episodio de la Edad Media y, sin embargo, ha perdurado hasta el año 1966, fecha en que nuevos aires ventilaron los rancios olores de la Curia del Vaticano, al promulgarse su abolición en el Concilio Vaticano II.

Muchos teólogos progresistas llegaron a decir con cierto sarcasmo: El Concilio Vaticano II, no solo ha movido los cimientos de la fe, sino que también ha vaciado las arcas de los clérigos. Sí, en aquella época, los ingresos por la venta de las bulas ascendía a unos 96 millones de pesetas; una verdadera fortuna en aquellos años de la post-guerra.

Para los jóvenes que se revelaban contra la imposición de tener que adquirir la Santa Bula, se impuso la costumbre gastronómica de comer los viernes de Cuaresma, el típico guiso de bacalao; a pesar de que este pobre pescado tenía muy mala reputación en la época. Julio Camba llegó a definirlo como una momia pisciforme.

Los historiadores nos recuerdan que las bacaladas clásicas y las sardinas prensadas de bota eran, poco más o menos que comida de indigentes. Sin embargo, la industria de los salazones nos ha introducido: el bacalao desalado, que se come a la par que las carnes y embutidos, en cualquier época del año.

El experto en Liturgia Sagrada, Lorenzo Leal, nos recuerda que las privaciones nos hacen llevar una vida más sobria. Mercedes Méndez, en un estudio en Centros Educativos, nos revela que la vigilia es, todavía, común en todos los comedores escolares y comedores de hospitales y de empresas; todos los viernes del año. Es de constatar que en colegios católicos y en los que se rigen por un sistema concertado, aún se sigue guardando la abstinencia de antaño.

La evolución de la vida, ha llegado a equiparar los precios de las carnes y la del bacalao y, como la compra de la Santa Bula, solamente tenía una misión recaudatoria, se acabaron los remordimientos de conciencia de quienes tenemos más de 50 años y, por supuesto, la de nuestros antepasados.

Queda todavía, en muchos pueblos españoles, la inercia de una costumbre ancestral y se traen a la memoria aquellas procesiones en las que los sacerdotes, bajo Palio exhibían el papel de la Santa Bula: Eran otros tiempos. Yo, que soy hijo de la guerra, recuerdo estas imágenes en Ulea.

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