POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Pues bien, cierro el caso del allanamiento cierto, lo sufrí en carne viva, cuando una entró a mi morada a ver qué pillaba y me pilló a mí, y yo, con la sangre en los talones, sin atender a sus súplicas de alimentos, ya que no de joyas ni alojamiento, sin retenerla para denunciarla, o siquiera entrevistarla, la devolví en caliente a la calle y cambié las cerraduras de casa. Y el relato por entregas me distrajo de otro más importante: quejarme amargamente de la política de fronteras contra los refugiados de la guerra y del hambre. Pero ya es tarde; este cristiano, que quiso ser misionero, que fue algo emigrante y muy viajado, que se tiene por generoso, solidario, aventurero y arrojado escritor, blindó su intimidad, largó a la intrusa y la denunció al 112. “¿Echó en falta alguna cosa?”, me preguntó el policía; le dije que no, pero acabo de comprobar que me falta el alma.
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