POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Las culturas griegas y romanas, preconizaban las veleidades de las personas, según los años que fueran cumpliendo. No cabe la menor duda, que no se puede poner el mismo tesón e interés si eres un niño de corta edad; un adolescente; una persona joven; de edad madura o un anciano.
Cuando se tienen pocos años, las cosas se tratan de conseguir de forma vehemente e impetuosa; de manera alocada. Sin embargo, en la recta final de la vida se suelen resolver con más aplomo, de forma más sosegada; aunque esa sensatez pueda dar la impresión de que se ha perdido la ilusión por las cosas que nos atañen en el día a día.
El insigne médico y humanista Gregorio Marañón, nos dejó un legado con gran calado en el quehacer diario. En él se desglosaban los deberes de la edad, ya que nuestros padres y maestros nos proporcionaban los medios para que fuéramos realizando las tareas con arreglo a los años que se tenían; se trataba de deberes de obligado cumplimiento.
Está claro, que los niños de corta edad, esos locos bajitos, no suelen tener nociones de cuales son sus obligaciones y menos, de la obediencia. No tienen idea del alcance de cuanto hacen ni de los niveles de exigencia que desean inculcar los padres y educadores: esos valores los irán teniendo con el paso de los años: cuestión de edad.
El insigne doctor, humanista eminente, afirma que el deber de los niños y adolescentes es ser rebeldes y contestatarios; claro está que no es lo mismo rebeldía que ruptura o destrucción, sino en aras de un aprendizaje; como un impulso de transformación, desmontando la protesta que preconizan otras escuelas filosóficas que les impulsa a criticar los errores que cometieron nuestros progenitores, sin detenerse a valorar las circunstancias que concurrieron en las personas que tuvieron la responsabilidad de nuestra formación.
El columnista Manuel Alcántara, admirador del doctor Marañón, nos viene a decir que es en la madurez de la vida- lo que llamamos el ecuador de la misma-, cuando aún nos quedan energías y no estamos carcomidos ni desilusionados, la época en que debemos comportarnos con sensatez y ser austeros.
En esta etapa de la vida no caben los manirrotos, pero tampoco, los roñosos impenitentes. Nos debemos comportar con sobriedad; aunque esta virtud suele ser un bien escaso en la sociedad actual.
Durante la vejez, cuando la materia prima humana está seriamente deteriorada; si nos rigen las neuronas de forma aceptable, debemos considerar que la primera virtud es la adaptación. Sí, hay que acoplarse a los tiempos en que se vive; ya que, este es efímero y se nos escapa de las manos.
Los tiempos son cambiantes y, en la actualidad, apenas nos sirven esos parámetros: se dificulta la educación, se recortan los servicios sociales; la sanidad pública se está transformando en privada o semi-privada; el paro juvenil está adquiriendo cotas insospechadas (el presente es negro y el futuro ni se vislumbra); las personas que ahorraron algunos bienes, ya no les queda casi ninguna pertenencia y, en el ocaso de la vida, solo contemplamos tristeza y desolación. Sí, no nos queda nada que administrar.
De ese capítulo se encarga el 5 por ciento de la población; que bien sabemos quienes son y donde están. Para el resto de cuantos aún vivimos, solo nos queda el desencanto.