POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
El temporal del 23 de marzo de 1933, como en otras muchísimas ocasiones además de producir diversos daños en muchas embarcaciones, retrasó y dificultó a las obras que se estaban llevando a cabo en la construcción de la escollera de Levante.
La no terminación del dique de abrigo y el modo de llevar la sal hasta los buques por medio de barcazas y remolcadores producía considerables retardos en la carga de los buques. Un barco llegado a Torrevieja para cargar sal, con destino a Escocia, el 4 de abril de 1933, no empezó a cargar hasta el día 17, y, a pesar de ofrecérsele terminar el 19, por causa del mal tiempo no pudo quedar listo el barco hasta el 22 de abril. En total dieciocho días para completar su carga.
El aumento de 2/6 por tonelada que había que tener en cuenta cuando se fuera a cargar a Torrevieja era preciso tener en cuenta, al fijar el flete, que, a pesar de estipular que el barco proveería de plumas, maquinillas y maquinilleros, en rigor en el puerto de Torrevieja el barco se veía obligado a tomar, por exigencias del trabajo de la localidad, un maquinillero de tierra, por no permitir el régimen de trabajo en el puerto que los individuos de la dotación provean a este menester.
Estos hechos vienen relacionados con el relato literario titulado ‘Las hormigas del mar’, escrito por el albaceteño Andrés Ochando por aquellas fechas:
“Sobre el agua, que hoy está de color indefinido, y suavemente combinada, avanza el remolcador transportando dos barcazas con sal, en dirección al vapor, que empenechado de humo le espera, en segundo término. El horizonte de esta mañana es seco, anubarrado y duro. Ahora viene otro remolcador; es éste más potente, trae tres unidades. El sol, que apenas si logra rasgar las nubes de cuando en cuando, saca chispas de luz de los montoncitos blancos de las barcazas. Como si fueran sombras chinescas se divisan, pequeños y negros, los hombres que van a bordo de ellas. Pasan las hormigas del mar –laboriosas trabajadoras- junto a los veleros, desnudos de sus alas blancas, con sus palos fríos entre los que queda algún girón de niebla del amanecer. Y al llegar frente al vapor, que las espera erguido, mostrando la complicada red de hilos y palos, dan una pequeña vuelta y se quedan empequeñecidas y temerosas esperando pacientemente a descargar su contenido en el hormiguero flotante.
Hay un gran silencio en estas horas de la mañana. La playa del Cequión se tiende perezosa y dorada al sol, y únicamente el rítmico respirar de los remolcadores viene a turbar la paz del ambiente, con ese su monótono sonido. Y durante todo el día, las hormigas del agua van y vienen, prosiguiendo su labor y deslizándose rápidas por la superficie serena del agua. Al atardecer, el sol moribundo deja sus gotas de sangre, que delinean en estrías rojas el horizonte y saca una última chispa de luz de las barcazas con sal, que queda prendida en el aire, convirtiéndose por sorprendente hechizo en el lucero de la tarde.”
En julio de 1933, Obras Públicas aprobó el proyecto reformado de las obras del dique de Levante en el puerto de Torrevieja.
El 21 de abril de 1934, en una asamblea celebrada en Almoradí los productores y los exportadores de naranjas y limones de la vega baja del Segura acordaron por aclamación que para salvar la ruina al producto solicitar al gobierno que disponga de los créditos necesarios para la terminación rápida del puerto, favoreciendo así la exportación más barata de los productos de la vega del Segura.
Desde octubre de 1934, retiraron las luces de enfilación y la luz verde y roja en sectores, comenzando a funcionar una luz verde fija, sobre una caseta, con una elevación sobre el mar de trece metros, con un alcance de 2,5 millas, con un poste de 7,5 metros de altura y a 11,5 metros hacia dentro del extremo del malecón. A finales de abril de 1935, el Servicio Central de Señales Marítimas comunicó que en la latitud 37º 58’ 3’’ N y longitud 0º 40’ 6’’ W, aproximadamente, volvía a funcionar normalmente la luz de la Punta Cornuda o del castillo de Torrevieja.
A mediados de 1935, Torrevieja todavía no tenía terminado su puerto, que le era necesario e imprescindible para el embarque de la sal de sus salinas para la India, América y para Asia. Se estaba viendo disminuir su tráfico porque los buques extranjeros buscaban mejor acomodo para su carga en puertos de otras latitudes donde también los surtían de sal. Italia, estaba compitiendo con Torrevieja en ese mercado.
Se iban los barcos porque al venir a Torrevieja a cargar sal debían de soportar la molestia de unos procedimientos de tracción primitivos, que obligaban a suspender toda operación en los días que el mar se alteraba, que hacía que tuvieran que esperar fondeados en la bahía dos, cuatro, y a veces seis y ocho días, a que el viento amainara, con el evidente perjuicio.
Se habían gastado en Torrevieja varios millones de pesetas en iniciar la construcción de las construcción de las obras necesarias para terminar el puerto; los bloques de cemento que debían de ser el sostén de los nuevo muelles, terminados desde hacía muchos meses, ocupaban una extensión de terreno que la población necesitaba para su servicio. Crecían allí las plantas salitrosas, poniendo sobre los bloques el albarán indicador del abandono, mientras la sal que se extraía a las aguas marinas, amontonada en las eras y en la factoría, volvía lentamente a su procedencia disuelta en las aguas de lluvia, que compasivas por esa detención del tráfico, ocasionaban de nuevo trabajo para los obreros deshaciendo lo que ellos habían conseguido, para comenzar de nuevo la operación de aprisionar las aguas marinas para extraer la sal.
(Continuará)
Fuente: Semanario VISTA ALEGRE. Torrevieja, 9 de abril de 2016