POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Escribo esta columna desde lejos de mi ciudad, como cada año ocasionado por mis necesidades terapéuticas, lo hago desde la “Villa Termal” de Cuntis, aquí, en la Galicia de interior, dicen que es una de las zonas más lluviosas de Galicia, y puede ser…
Aguas termales benefactoras de huesos desgastados y cuerpos acuciados por los reúmas. Aguas de lluvia, aguas mil, que a veces parece que llueve de abajo hacia arriba. Lluvias capaces de estar horas y horas sin dejar.
Un valle entre montañas que, si bien no son de una altura excesiva, sí son capaces de sujetar las nubes atlánticas cargadas de aguas y que descargan durante días.
Pero el agua no es obstáculo para alguna excursión por la zona, además de las aguas termales reglamentarias, claro, las que me traen a esta tierra. Y realizo también las otras visitas acostumbradas, unas visitas que desde hace años son para mí imprescindibles, alguna de ellas para ver y abrazar a algunas amistades que desde hace ya bastantes años me reciben como se reciben los buenos amigos.
Ya conocen mis lectores, porque lo he comentado en otras ocasiones, que desde hace mucho tiempo, una de mis visitas imprescindibles era la de un maestro en la historia, un amigo y un padre espiritual, en Padre Damián, en el grandioso monasterio de La Osera.
Pero Damián Yáñez hace unos meses que murió. Una gran pérdida. Por eso hoy, con más motivos si cabe, yo tenía que acercarme al monasterio en el que durante años esperaba mi visita una persona que era toda una institución. Yo puntualmente asistía a dar un abrazo fraterno a este religioso que irradiaba bondad, sabiduría, serenidad y amor paterno filial ¡Cuánto le he echado de menos!
Mi visita era obligada este primer año que él ya no me esperaba. Como hacía cada año por las mismas fechas. Tenía que hacer una visita al menos para manifestar a esa querida comunidad Cisterciense lo que este arevalense había sentido su pérdida.
Él ya lo sabía… aquellos paseos por la huerta, o por los claustros de aquel monumental monasterio, o visitando su extraordinaria biblioteca, consultas de viejos libros, o en el recogimiento de su despachito donde tantas historias escribió, o la capilla de la comunidad en esas oraciones de vísperas en las que les acompañaba antes de darnos el abrazo de despedida. ¡Hasta la próxima visita padre Damián! Si Dios quiere, me decía cariñoso. A él mi recuerdo emocionado.
Otra visita obligada es a mis amigos Luz y Joaquín, de Villagarcía de Arosa, otros entrañables amigos que me han ayudado en gran medida a descubrir esta tierra, muchos de sus rincones perdidos cargados de belleza, de arquitecturas singulares, esas rutas del románico gallego, el rural o el monacal, y tantas cosas buenas de esta tierra, incluida su extraordinaria gastronomía, tierra en la que siempre dejo algo de mí cuando retorno y paso los puertos y túneles de El Padornelo y la Canda.
En esta visita última, aun a pesar del agua, el granizo y las tormentas de gran aparato eléctrico y estruendosos truenos retumbando entre las montañas, nos habíamos adentrado en una costa agreste y rocosa de la península de O Grove, con buenas olas rompiendo en las grandes rocas graníticas, y en las dunas recuperadas de la playa de La Lanzada en Sanxenjo, una zona espectacular también con el mal tiempo.
Y los encuentros con mis amigos de Cuntis, Serafín, Eva y Heitor, el historiador de la Villa Termal de Cuntis, tan buen conocedor y divulgador de su historia, como magnífico dibujante, el mejor de heráldica, y lo conozco bien desde hace años.
Nuestras tertulias y conversaciones sobre nuestras historias no tienen límite. ¡Qué buen anfitrión! Nunca olvidaré aquel día del archivo de la catedral de Santiago, el Tumbo A, exultante ante nuestros ojos. Como una visión extraordinaria y sobrenatural. Y las manos sanadoras de Merche, amiga y extraordinario remedio de mis males reumáticos. Y la visita obligada a Santiago, la última etapa, nuestro Patrón. Este es un recuerdo a mis amigos de Galicia… os quiero!!!