POR JUAN MONZÚ PONCE, CRONISTA OFICIAL DE PUEBLA DE LA CALZADA (BADAJOZ)
En la Casa de la Cultura de Puebla de la Calzada (Badajoz), organizada, coordinada y presentada por su Cronista Oficial, Juan Monzú con la participación de la Concejalía de Cultura, el pasado 15 de abril José Manuel Jerez Linde, Cronista Oficial de Guadajira, investigador y dibujante arquitectónico, tuvo lugar una charla histórica sobre Puebla de la Calzada y las villas romanas de Torreáguila y de la Vega.
Los orígenes de Puebla de la Calzada se pierden en algún momento de los últimos tiempos del siglo XIV bajo la administración de Lorenzo Suarez de Figueroa, Maestre de la Orden de Santiago, como resultado de la repoblación llevada a cabo por la Orden con los moradores de varios y dispersos asentamientos – algunos autores los cifran en tres principalmente –, entre los que se encontraba, como núcleo cardinal, Aldea del Rubio, surgido tras la expulsión de los almohades por Alfonso IX de León en 1230, y al que se menciona ya en un documento fechado en mayo de 1276, otorgado por Alfonso X, que recoge Vicente Navarro del Castillo en el capítulo V de su trabajo: “El pueblo Lyco (Lobón) a través de la historia”
Pero a pesar de la aritmética de las fechas, de las causas y de los momentos, los orígenes permanecen latentes en el opaco olvido del desconocimiento, respirando un tiempo lejano que a nuestro pesar es un tiempo propio, al que pertenecemos de una forma u otra y por encima del suceder de siglos, civilizaciones y culturas.
Más allá de la levedad de las señales, del silencio de las piedras, del oscuro de los años, del vacío del desconocimiento y del oscuro espacio que no conocemos a pesar de lucubraciones, teorías y posibilidades, la historia nos une de forma invisible, a un tiempo añejo que, desde el otero del pensamiento, se nos antoja ajeno y extraño, despegado de nuestro ser más remoto, de nuestra identidad como paraje bajomedieval surgido al albur de un tiempo de conquistas y reconquista.
Y nos señala casi como un afluente que desaparece bajo el manto del abandono, incomprensible y tal vez inevitablemente necesario, para reaparecer en la historia de forma callada y humilde, pero definitiva, asentados sobre los fragmentados vestigios de una dimensión que pereció víctima de sí misma, de su condición, arrastrada por su propio peso específico y condimentada de invasiones, luchas internas y rebeliones.
Desde el siglo I de nuestra era, y obedeciendo a un proceso colonizador tras el establecimiento de Emérita Augusta como capital de la Lusitania, existieron en la zona asentamientos poblados, como las villa de La Vega (ya desaparecida y cercana según algunos autores a la alio itinere ab Olisipone Emeritam) y Torreáguila (más próxima a la Calzada principal que unía a Mérida con Lisboa) que, explicó José Manuel Jerez Linde, debieron estructurarse como grandes explotaciones agrícolas nacidas al albur de la fertilidad de las tierras ribereñas del Guadiana, para posteriormente sufrir una ampliación que, en el caso de la villa de La Vega, debió suponer una paulatina conversión en villa señorial de la que por su desaparición, desgraciadamente no podemos conocer el esplendor de lo que debió ser un magnifico enclave de época altoimperial.
Idéntico proceso, a mayor escala y sin perder su identidad de villa rústica dedicada a la elaboración y comercio del aceite, debió sufrir la villa de Torreáguila, de la que Jerez Linde habló apoyado en los restos de un pasado de siete siglos de vida, con un periodo de abandono entre los siglos III y IV, en la que tuvieron presencia diferentes culturas. Restos como el lagar y la almazara, catalogado como el mejor conservado de la Hispania romana, el conjunto termal y la importante necrópolis altomedieval, que experimentó una importante ampliación a lo largo de los siglos VI y VII, antes del abandono total de la villa, alrededor del siglo VIII.
La riqueza representativa del Alto y Bajo Imperio tuvo contante presencia durante la charla a través de la muestra de imágenes intemporales de los vestigios encontrados en ambas villas – de la de La Vega vimos la reproducción de un amplio mosaico aparecido en los años 70 articulado en paneles cuadrangulares, la de algunas lucernas, alguna con motivos eróticos, y la de una especial ánfora “carrot” aparecida en 1999, posiblemente un contenedor de dátiles – con la que José Manuel Jerez ilustró su disertación para darnos a conocer la importancia de la presencia romana, en la zona de influencia de Puebla de la Calzada, e indudablemente de época visigoda, como lo demuestra la fíbula aquiliforme de pasta vítrea, del siglo VI, encontrada en Torreáguila.
Todo ello, a pesar de la dificultad de los trabajos, dada la destrucción más o menos involuntaria pero violenta posiblemente iniciados con la puesta en marcha del llamado el Plan Badajoz, especialmente en la villa de La Vega, y posteriores movimientos de explanación del terreno que motivaron, en 1984, el descubrimiento de la cercana villa de Torreáguila.
La abundante información ofrecida sobre estas dos villas romanas, significó para más de uno, el descubrimiento de un tiempo y una historia completamente desconocida y casi insospechada, a pesar de la pérdida de todo cuanto pudieran habernos dicho de aquel tiempo antiguo, más allá de lo que, a pesar de todo, nos ha sido dado a conocer,
Desde la desaparecida villa romana de la Vega, nos llegaba a cuantos estábamos presentes en la Casa de la Cultura, la inaudible voz de la cercanía que un día tuvo a estas calles nuestras de hoy, y a las inundables calles de aquella Aldea del Rubio, que no parece que llegaran a conocer el esplendor que parece pudo llegar a tener.
Estuvieron presentes en la charla, además del Concejal de Cultura, Teodoro Gracia Jiménez, del de Patrimonio, Jairo Naranjo Mena, el alcalde de Puebla de la Calzada, Juan María Delfa Cupido, que cerró el acto, agradeciendo personalmente a José Manuel Jerez Linde su colaboración en la divulgación del acervo histórico de la villa y su entorno.