POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Se escribe Zaher, como bien claro se esculpió en el letrero de su antigua fachada, pero los murcianos siempre han leído Barba. Y dentro de un mes ni de una forma ni de otra. Porque la histórica pastelería ubicada en la calle Riquelme, en pleno corazón de la ciudad, cierra sus puertas para siempre. Será el próximo día 1 de junio. El motivo es la jubilación de su propietario, Francisco Hernández, fiel custodio de una de las recetas del pastel de carne más apreciada de la ciudad.
La noticia del cierre causó ayer un auténtico revuelo en las redes sociales y se contaron por decenas los clientes que incluso se acercaron hasta el comercio para conocer los detalles. Los empleados explicaron que, al menos hasta ahora, es imposible que el negocio, situado en los bajos de un edificio también del propietario, pase a sus manos.
Así que alguno de ellos valora la posibilidad, como explicó Antonio Ramírez, de «encontrar un local próximo y seguir ofreciendo el mismo producto con la misma calidad». Porque esa es la clave del éxito de unos pasteles que, pese a su elevado precio -3,2 euros-, están considerados por muchos como los más sabrosos.
Eso les permite vender cada día una media de 500 pasteles, en los que se incluyen una variedad muy solicitada: los de sesos. «Y otros de chapinas o de pichón, que se hacen por encargo», añade Antonio.
Al negocio se le conoce como Barba, pues perteneció al pastelero Pepe Barba, quien hará más de cuatro décadas lo traspasó a dos socios, Andrés Zamora y Francisco Hernández. De las dos primeras sílabas de sus apellidos proviene el término Zaher que, en cambio, tan poca fortuna ha cosechado en el último medio siglo. No ha ocurrido así con sus pasteles. Y con la receta secreta que les ha permitido tanta fama.
El actual maestro pastelero, Luis Borbolla, reconoce entre risas que el auténtico secreto es «levantar los pasteles a mano», esto es, darle forma a sus bases sin utilizar medios mecánicos. Además de productos de calidad, entre ellos la ternera, y un buen hojaldre. Añadan a eso su punto justo de dorado «y no existe manjar que lo supere», concluye Luis. Por algo se consideran los pasteles, como advertía el cronista Martínez Tornel, «capricho del rico y apaño para el pobre».
Fuente: http://www.laverdad.es/