POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Iba estrechando su mano o dándoles un par de besos, en función de que fueran un hombre o una mujer, sin prestar mucha atención a los nombres con los que se presentaban para saludarme, tras aquel acto literario; así fui saludando a mano o a boca, según el aspecto, hasta que me vi ante una persona pequeña, elegante, de pecho plano, pantalones, mocasines, suéter y cazadora vaquera; aunque de cara hombruna, parecía demasiado bien afeitada y hasta diría que con carmín en los labios, pero fui incapaz de discernir en ese instante si era hombre o hembra; ¿qué hacer?, ¿le extiendo mi mano o mi pescuezo? Para salir de dudas pregunté: “¿Cómo dijiste que te llamas?”, y respondió sonriente: “Pau”. En bragas me pilló, aunque de inmediato solté: “Encantado, Pau”. Sea lo que Dios quiera, cerré los ojos y le estampé un muac en los labios. Antes beso que desdén.
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