POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
Meses llevaba en seco sin leer un libro tan copioso de sorpresas y fecundante de nuevas escrituras. Página a página, “Sevilla… Gimnopédies” (Pigmalión 2016, Madrid) me ha deleitado hasta el punto final, dejándome con ganas de seguir. Lo haré en cuanto Mariángeles Cantalapiedra, poeta en prosa didáctica, periodista avezada y novelista primeriza, reestructure el puzzle de sus nuevas indagaciones y personajes, y nos ofrezca otra obra similar. Y es que hinca la pluma hasta los hondones y entresijos del alma, mientras se fuma pitillo tras pitillo en la terraza al sol de un bar cualquiera, especialmente si es andaluz, al tomar nota justa y cantarina del habla de sus gentes, genitalmente audaces, fantasiosas e ingeniosas.
Nos enfrentamos con sumo gusto ante ella, ante un relato de tintes freudianos que no para de complicarse y enredárdonos (por depresiones y viajes continuos de Madrid a Sevilla, París, Roma, Nápoles…) Y no se trata, como parece, de una autobiografía, sino de un tratado de buenas (y malas) maneras, que se reflejan línea a línea en el dibujo íntimo de los personajes a través de sus palabras: la piadosa Lola de la pensión hispalense, el glamuroso japonés multilingual Ayumu, el enamorado Doctor Jaime, el reportero de ABC corresponsal en Libia y amante muerto en los combates, etc, etc.
La autora disfraza sus acciones y pasiones bajo una máscara de narradora omnisciente, y lo hace con verosimilitud, sí, pero sin ser “fiable” (del todo). Engaña con cortesía elegante y caemos en el engaño que nos traza, con complacencia. Recibe y toma –ya dije- el lenguaje de la calle y lo literaturiza, con diestra ambigüedad, en la onda cervantina constantemente a más y mejor.
Hablo, pues, de una novela andante, romántica, brillante, enigmática a veces, quizás demasiado llorona, aparentemente ingenua como la protagonista, llena de desgarros, torrencial, humana, sobrehumana, tan real como irreal, sub-real y surrealista. Y al fondo de ella, detrás y delante, al norte y al sur… Sevilla. Sevilla siempre, con sus aguas guadalquivireñas mansas, sus cristos, sus vírgenes, sus flores, sus colores y olores: buganvillas, azahares, azaleas… ¡Qué sé yo!
Me resuenan y evocan por los poros de la piel la Justine del Marqués de Sade y el Cándido de Voltaire, aunque ignoro que los haya leído, pero adivino que sí. Yo he llorado con ella como lloré con ellos leyéndoles y advirtiendo las desventuras que les ocurrían a sus símbolos onomásticos bajo la música de Satié, de Pedro Vargas, de ciertos tangos y de tantos otros lacrimosos cantores de amores perdidos.
Se trata, por tanto, de una novela iniciática, escrita a mente y corazón abiertos, en la que ella, la autora, representa a todas las mujeres “arrecogías” quizá solo en sí mismas, la mar de seductoras por una u otra razón.
Esta mujer, ángela y virgen, a los 23 eyasculada por primera vez, ha vivido muchas vidas, y apretadas y aprestadas nos las muestra para ejemplo, seducción o repulsión.
Os dejo. A ver si encontráis el tesoro escondido en “La Quemá”, regalo de la Lola lotera, enteramente generosa.
He escrito estos renglones a borbotones y trompicones de admiración y simpatía por la hembra eréctil que es Ángeles, a la que conocí en Silos este abril “bernardo-dominico”, y que ha sido desde entonces una eterna primavera para mí. Tanto es así que me ha quitado las ganas de escribir y solo deseo leerla y volver a leerla una y otra vez. Necesito florecer. Y fructificar.