POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Es muy difícil conseguir que el semblante delate nuestro estado de ánimo, haciendo eco de esa frase proverbial en la que la cara refleje nuestro interior. Sin embargo, hay verdaderos especialistas que, haciendo uso o, tal vez, mal uso de la comunicación gesticular son capaces de transmutar no sólo la cara sino también su piel, pasando a ser camaleónicos, o cordero en vez de lobo. En este último caso, aunque interiormente sea su deseo íntimo con grandes dosis de manipulación y sin escrúpulos para engañar a unos y a otros, aquel estado de ánimo se proyecta en beneficio propio. Por el contrario, la gente honrada no logra disimular sus sentimientos de alegría, y sobre todo de dolor, acompañándose de otras manifestaciones externas, algunas hoy en desuso, como eran el luto por el fallecimiento de un familiar que, hace algunos años, se apreciaba en el cambio radical de vestido pasando en nuestra cultura de colores vivos al negro, con el luto riguroso, que al cabo de los meses se transformaba en medio luto, pasando después a una especie de brazalete en la manga de las chaquetas o un pico negro en la punta de la solapa. Así, el semblante dolorido se veía acompañado por otras manifestaciones externas, mostrando el dolor que se vivía en el interior. Era frecuente, hace muchos años, encontrarse anuncios como el que aparece de la Sastrería Moderna de Ezequiel Belmonte, en la calle Fermín Galán (Alfonso XIII), nº 30, en el Programa de Fallas en Orihuela de 1933, en la que además de ofrecer “confecciones a la gran moda” y de etiqueta, daba la posibilidad de confeccionar trajes de “lutos en 24 horas”. Pero ello, no era lo corriente y lo más frecuente era acudir a la tintorería, como la de David López, en la calle Ramón y Cajal, 17, que en dicho programa del año 1936, además de anunciar que estaba dotado su establecimiento de “todos los adelantos modernos” y dar la máxima garantía en los trabajos, ofrecía “negros para lutos”. Esta industria que además de dedicarse a quitamanchas estaba especializada en la tintorería, nos introduce en un topónimo de una de nuestras calles: Tintoreros, que une el Paseo con la calle San Juan, y que nos recuerda a uno de los antiguos gremios oriolanos, que en 1754 estaba formado por nueve maestros, un oficial y cuatro aprendices. Hemos de interpretar que el trabajo de estos últimos profesionales era de más envergadura de lo que actualmente conocemos en este tipo de establecimiento, pues de hecho, su trabajo artesanal estaba dedicado mediante una serie de procesos a la tintura de la seda, que quedaba reducida a unos pocos colores como el carmesí, el “príncipe” y rosa, negro, azul, verde y “color de fuego”. La producción de seda fina y adúcar (seda más basta, que rodea al capucho del gusano) era en 1769 una de las mayores fuentes económicas, pues reportaba 2.112.618 reales, siendo la segunda, tras el trigo, cuya cosecha se cuantificaba en 7.826.940 reales. Dicha producción de seda en nuestra zona estaba favorecida por la tradicional cría del gusano que estaba muy extendida y acompañada por la existencia de gran número de moreras plantadas. Aunque se trabajaba con otras fibras naturales como el cáñamo y el lino; la seda por su calidad era la más importante, dando lugar a que existieran 31 maestros del Arte Mayor de la Seda con 72 telares. La elaboración de seda estaba dedicada a los tafetanes, pañuelos, terciopelos, felpas y otras telas de tercianela y nobleza. Estos datos, obtenidos de Francisco Mariano Nipho, en su “Correo General de España”, nos indica que, en 1769, se había reducido en uno los maestros tintoreros en la ciudad, cuyo arcaico oficio arranca de los primeros años de la Historia. Pues, Plinio el Viejo ya refiere como la trabajaban los egipcios. En la Edad Media, dentro de la sociedad gremial, estaban relativamente mal vistos y, con frecuencia, aparecían agregados al gremio de tejedores. Pues, aunque juraban sus estatutos estaban plenamente diferenciados, y dentro de ellos, se establecían algunas categorías como negro o simple, de colores excelsos y de la seda. En Orihuela, pertenecían la mayoría de tintoreros a esta última clasificación y su arte radicaba en el modo de teñir, en el que empleaban productos naturales, animales y vegetales, tales como cochinilla, gala o gallas, alazor, zumaque, añil, Brasil y archote. Los cuales al tener poca capacidad de coloración, se les incorporaba “mordiente” o “drogas”, tales como el alumbre, la sosa, “hierro viejo”. Para reducir se utilizaba el “agrio de limón” y vinagre. Mientras que para dar contextura se utilizaba goma y miel. A la vista de todo ello, en el caso de tintar en negro, el proceso quedaba reducido a que una vez blanqueada una libra de seda, se hervía junto con dos de zumaque durante una hora y media. Tras colarla, se lavaba, y se ponía dentro de una caldera con unos cordeles doce horas. Después se lavaba bien y en una tinta compuesta de vinagre, hierro viejo, agallas finas y goma, se hervía, y se ponía en ella con unas cañas la seda por tres veces, con lo cual quedaba teñida. Por último se le daba un baño de agua y jabón para suavizarla y se enjugaba, resultando un “hermoso color negro”.
Con todo ello, se llegaba a tener un tejido de luto para poder acompañar esa cara, en la que se reflejaba el alma sumida en el dolor por la pérdida de un ser querido.
Fuente: http://www.laverdad.es/