POR PEPE MONTESERÍN CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Le cuento algo gracioso a mi amiga Ana y suele decir muy seria: “Qué risa”; su sentido del humor es introspectivo, reconoce la gracia del asunto o la ocurrencia y menciona la risa sin signos de admiración, hierática, carente de muestras que corroboren su escueta asertividad, redunden en su palabra. Dice “Qué risa” y la veo circunspecta, como si maldita la gracia. Es una teórica. Una antiactriz. Algo así mi amigo Antonio, que jamás tiende la mano, en sentido estricto; generoso pero arisco, mantiene la distancia, en cambio al despedirse me suelta: “Un abrazo”, y si me acerco a dárselo se avergüenza, se separa, noli me tangere, como si fuera alérgico a la piel de otro y prefiriese aquel lenguaje que usaban los radioaficionados: “Te mando la impresión de un abrazo”. No obstante, ¿cuánta gente conocemos que dice “Te quiero” sin querernos ni un pimiento? Qué risa.
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