POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Estábamos haciendo una visita guiada a las obras expuestas en una galería de arte, cuando tuve la ocasión de observar a dos grupos de visitantes, como yo, que se habían enzarzado en una discusión bizantina.
Mientras unos miraban, y remiraban, dichas obras y valoraban la riqueza y el mensaje que nos transmitían las mismas, otro grupo más pequeño, solamente se fijaba en los precios y el nombre de los autores.
Sin lugar a dudas, dicha exposición daba material para muchos comentarios; quizá tantos como personas habíamos acudido a contemplarlas. Sin embargo, el grupúsculo, que se había quedado un poco rezagado, no entendían nada del contenido: solamente se interesaban por los precios, que iban anotando en una cuartilla.
Al salir a la cafetería, se entabló una conversación entre los grupos, en la cual, cada uno, expusimos a los demás, las particularidades de cada obra de arte.
Unos valorábamos el paisaje, otros la perspectiva, otros la puesta de sol, otros la profundidad, otros la luminosidad, otros la mirada, otros sus gestos, otros…
Sin embargo, el grupo de los mercantilistas, solo se cuestionaban los precios: si eran baratos, caros o muy caros.
Reunidos todos a las puertas de la sala de exposiciones, aquellos que solamente se fijaban en los precios, seguían emperrados en el dinero y, los que defendíamos el arte de los mismos, los valores artísticos; hasta que medió la autora y su ayudante qué, ante un silencio sepulcral, nos dijo: precio y valor no son los mismos parámetros ya que mientras el precio se lo ponen los galeristas y el mercado, el valor es el alma que ha puesto el artista.