POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Estábamos a punto de cerrar el mes de mayo de 2016, cuando decidí efectuar una nueva excursión a los territorios del sureste del término municipal. La misión iba encaminada a revisar los terrenos donde están ubicados los vestigios del pantano de Polsagueras y las Salinas también llamado salero de Ulea, y conseguir nuevos datos históricos de dichos emplazamientos.
En los límites del pantano, me encontré con un conocido agricultor que alzando su sombrero de paja, se mesaba los cabellos de rabia, al contemplar que su extenso viñedo se le estaba secando. Sí, ese frondoso terreno cultivado con el sudor de su frente y sus conocimientos agrícolas, había sucumbido a una enfermedad de la vid que él desconocía. Los peritos agrícolas inspeccionaron la semana pasada dichos viñedos y le dijeron que se debía a unos hongos que se habían incrustado en la madera de las vides al ser escardadas a destiempo.
Con una desazón contenida, me saca del bolsillo una nota que le había dejado el técnico agrícola, en la que decía lo siguiente: “Durante la escarda de los sarmientos, se han producido unas heridas en la madera; resquicios en donde han anidado dichos hongos parásitos (stereum hirsutum) y que al fluir la savia primaveral, desde las cepas hasta los sarmientos, hojas y racimos, se ha facilitado el avance de dichos hongos, por difusión de las enzimas, ocasionando la enfermedad de la yesca de la vid que generalmente, aparece en épocas de calor en las vides plantadas en terrenos frescos y arcillosos”.
Este agricultor contrariado, alza la vista y me cuenta: “Llevo más de 30 años trabajando en el campo y jamás conocí dicha enfermedad”. Le conocía desde la infancia y, tras una breve pausa, le respondí: “Durante mi infancia y juventud le he dedicado bastante tiempo a las labores agrícolas y, como tú, tampoco oí comentar nunca sobre el particular”; para mí, era totalmente desconocida.
Desolado quedó sentado en el quicio de un canal de regadío y, tras despedirme, proseguí mi camino con la finalidad de adentrarme en los terrenos adonde estuvieron ubicados el Pantano y las Salinas de Ulea, con el fin de recavar datos de interés sobre los mismos. Sin embargo, mi mente apenas se podía sustraer del semblante cariacontecido de aquel agricultor al contemplar su viñedo enfermo.
Tan pronto como regresé a mi estudio, me adentré en los legajos que me podían ilustrar sobre la desconocida para mí, enfermedad de la yesca. Pronto me documenté y pude comprobar la magnitud del problema y la pesadumbre de mi amigo, sentado en el quicio de un canal de su viñedo.
Siempre creí, al menos es lo poco que sabía, que la yesca era toda materia seca preparada para arder y, también, la rueda de los mecheros antiguos qué, al frotarlos saltaban chispas que encendía la mecha para encender cigarros y barrenos y, de forma genérica hacer lumbre. Saco la conclusión de que, a pesar de mis años, sigo siendo un aprendiz.