POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
En el quinquenio 1914-1919, un maestro del pueblo llamado Juan José Ripoll, tuvo la suerte de contar entre sus alumnos con un ramillete de niños que, más pronto que tarde, se les auguraban buenos presagios; tanto para ellos como para la historia de nuestro pueblo.
Todos ellos nacidos entre el año 1900 y el 1906 y, por consiguiente, todos tenían entre los 8 y 13 años; teniendo en cuenta que solo había dos escuelas unitarias.
Los niños, aunque algunos mal nutridos, se comportaban como lo que eran: unos niños. Si además estaban en la preadolescencia, armaban ruido y se movían de forma alegre y bulliciosa. En el argot local se decían que eran unos chuiquillos, o que tenían el baile de san Vito.
El maestro Ripoll, consiguió aunar dos potenciales importantes en la vida de los alumnos: jovialidad y aprendizaje. Siempre decía que, para que los jóvenes se hicieran responsables tenían que adquirir una cultura adecuada. Nos se cansaba de decir a los padres que, si el día de mañana sus hijos querían ser libres, debían estar formados con el fin de plantear las sugerencias pertinentes y, a la vez, ser tolerantes con las opiniones de los demás.
Los terratenientes; aquellos que asalariaban a los niños con un plato de comida, o unas sandalias, o algunas ropas y que no estaban de acuerdo con la actitud del maestro Ripoll, llegaron a hacer campaña en su contra, azuzando a la población diciendo que el maestro era un republicano, porque actuaba en contra de los intereses de los señores feudales. Sí, es cierto.
El maestro no toleraba que estos señores se opusieran a que los niños fueran a la escuela, porque, desde que tenían 5 o 6 años, les tenían de sirvientes y, por consiguiente, la mayoría de los niños acababan siendo analfabetos. No querían que los niños se formaran culturalmente, mientras ellos que tenían dinero y posibilidades, los podían enviar a los mejores colegios de Murcia. Siempre, ellos, serían los eruditos y, el resto, analfabetos y esclavos. Por tal motivo, al maestro Ripoll le llamaban revolucionario. Con el tiempo se demostró que tenían razón: había hecho una verdadera revolución cultural.
Este maestro era consciente del terreno que pisaba y que los niños a los que estaba obligado a enseñar, eran alegres y bulliciosos ya que las hormonas de su niñez y preadolescencia, así les hacía comportarse.
En aquel quinquenio (desde 1914 a 1919) solo había dos escuelas unitarias y, además, los niños tenían un maestro y las niñas una maestra. Según los informes eclesiásticos era peligroso que niños y niñas estuvieran en la misma aula.
El periódico murciano ‘El Diario’ publicó un artículo que trataba sobre la Chiquillería de Ulea.
Sí, es cierto que la juventud carece de prejuicios y, tanto los juegos como la espontaneidad no tenían límites; por lo que muchos ciudadanos, sobre todo las personas mayores, se quejaban ante las autoridades y, en especial, al maestro Ripoll. Este, comprendiendo a cuantos se quejaban, les esbozaba una sonrisa y les decía: ¿no os acordáis de cuando teníais su edad? Agachaban la cabeza y, al poco rato, con voces más sosegadas, le replicaban al maestro: «es que son muy ruidosos y todo lo destrozan.
Cuando todos estaban más calmados, el maestro Ripoll les contestó diciendo: todo es cuestión de principios y esos valores se los tenemos que enseñar los mayores; en primer lugar los padres y, de la enseñanza es lo que me atañe y, en esa tarea es en la que estoy plenamente comprometido. A los niños no hay que atarlos con lazos y mordazas; son portadores de una energía potencial que es la correspondiente a su edad. Nuestra obligación; las autoridades, ustedes y los maestros, es saber canalizar dicha energía.
El maestro Ripoll se sentía orgulloso de todos los alumnos que acudían a su escuela. Era consciente de que cada uno tomaría un destino diferente y que, como maestro encargado de su formación, se esforzaría en conseguir lo mejor para cada uno de ellos.
En el listado de alumnos uleanos que acudían a su escuela, aparecían los nombres siguientes:
Isaías Garro Valiente
José Antonio López Garro
Gregorio Tomás Ramírez
Damián Abellán Herrera
Rafael Fernández Moreno
Joaquín Moreno Sánchez
Jesualdo Moreno Sánchez
Antonio Vargas Fernández
Joaquín Carrillo Martínez (mayor)
José Cascales Pérez
Gabriel Carrillo López
Jesualdo Cascales Valiente
José María Vargas Fernández
Joaquín González Ramírez
José Moreno Carrillo
Manuel Moreno Tomás
Tomás Moreno Carrillo
Martín Gonzáles Ramírez
Blas Carrillo Moreno
José López Ruiz
José Antonio Carrillo Molina
Luís Carrillo Molina
Francisco López Abenza
Antonio López Martínez
Vicente López Abenza
Joaquín Carrillo López
Antonio López Martínez y
Andrés López Ruiz.
Todos ellos progresaron adecuadamente, al adquirir unos conocimientos que les podía conducir por el camino a seguir. Por supuesto, no todos tuvieron idéntica suerte. Sin embargo, de esa chiquillería; como describía el diario murciano, muchos de ellos se labraron un porvenir allende las fronteras.
Unos siguieron afincados, poniendo en práctica las enseñanzas que habían recibido del maestro Ripoll. Otros, muy pocos, se vieron obligados a abandonar la escuela por necesidades imperiosas familiares, quedando un poco retrasados. Solamente tres, hijos de los caseros de los propietarios más relevantes, cuando tenían 5, 6 y 7 años, tuvieron que abandonar la escuela, por lo qué, desafortunadamente, quedaron iletrados.
Sin embargo, de aquella chiquillería con la que trabajó Ripoll, se convirtieron en prósperos industriales, comerciantes, músicos, ganaderos, artesanos, tejeros, militares, administrativos, aviadores, maestros, practicantes y médicos. También salieron un par de zoquetes qué, al pertenecer a familias pudientes, se los llevaron a colegios de Murcia, pasando desapercibidos en el pueblo.
Juan José Ripoll entendió a la perfección la jovialidad de la chiquillería, a la que le dedicó todo su saber y entender, pasando a los anales de la historia de nuestra localidad como un preclaro maestro.