UNA VIDA PLENA DE CORAJE
May 30 2016

POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

María Carrillo

Nació en Ulea, en la calle Nueva, en el año 1909 y le pusieron el nombre de Francisca María, aunque todo el pueblo (familiares incluidos), le llamaban María.

Fue bautizada en la parroquia de San Bartolomé por el sacerdote Juan Antonio Cerezo Ortín, cuando solamente tenía tres días. Su infancia hasta los siete años, acaeció como la de todas las niñas de la localidad; jugando en la calle Nueva, en los aledaños de su casa y yendo a la escuela con las niñas de su edad.

Hago hincapié porque en aquella época, los niños y las niñas iban a escuelas separadas e incluso, en los juegos, lo hacían en pandillas aparte.

Sí, todo discurrió con normalidad, siendo una niña alegre y juguetona; a la vez que aprovechaba las enseñanzas que le proporcionaban sus maestras. En efecto, cuando tenía siete años recién cumplidos, sufrió la paralización de las dos extremidades inferiores, una cruel enfermedad, poliomielitis le llamaban los médicos y parálisis infantil los profanos, le dejó inválida de por vida.

De ahí que aquella niña alegre y juguetona, quedó postrada en una silla o mecedora. Sus padres Joaquín y Clarisa, además de atenderla y cuidarla en todas sus necesidades vitales, consiguieron que los maestros del pueblo Juan José Ripoll y Margarita Galindo, acudieran a su casa para darle clase. Además, las niñas de su curso le llevaban los trabajos que realizaban en el colegio.

A pesar de ser una niña que de pronto dejó de caminar, nunca estuvo sola en casa. Sus amigas, sus amigos, la visitaban con frecuencia y, un día, el cura párroco José Azorín Piñero y el maestro Juan José Ripoll, acudieron a casa de María portando una plataforma de madera con unas ruedas de las carretillas también de madera, que les había confeccionado el carpintero Luís Herrera, ante el asombro de la familia de María; y de ella misma. Sobre esa plataforma la sacaban a pasear, sentada en su silla, ante la admiración de las personas mayores y, en especial, de la chiquillada del pueblo.

Su infancia, adolescencia y juventud, fue toda una máquina de superación, dándonos una maravillosa lección de coraje. Hasta que cumplió los 16 años, seguían yendo los maestros a darles clases a su casa y, tía Inés, mujer de Dámaso, le enseñó a coser y bordar; labores que aprendió con rapidez y que a la postre, fueron su ocupación y el medio para ganarse la vida; cosiendo ropas de niños y niñas y, sobre todo, bordando. Casi toda la ropa de ajuares de boda de las casaderas del pueblo fueron bordadas por María.

Al principio, toda la labor de costura y bordado la hacía a mano, hasta que su hermano Joaquín, con los primeros ahorros del negocio de la mueblería, le compró una máquina de coser y bordar manual marca Singer, ya que dada la inmovilidad de sus piernas le era imposible poder manejar los pedales de las máquinas corrientes.

María se hizo famosa por la calidad de sus trabajos; tanto en Ulea como en los pueblos periféricos. Las jóvenes casaderas le solicitaban los bordados de sus ajuares, situación que le obligó a trabajar sin descanso.

Toda esta labor fue reconocida por los ciudadanos y, por su casa, en la calle Mayor, entonces Alfonso XII, 32, adonde se trasladó con sus padres y hermano cuando tenía 18 años. Con sus limitaciones, era capaz de hacer una vida normal y, su domicilio se convirtió en un lugar de tertulia, de toda la juventud de la localidad.

Sin embargo, la década de 1930 a 1940, fue clave en su vida. Al ser lugar de reunión de los jóvenes, su casa era vigilada por quienes no eran seguidores de la República y, como colofón, llegado el año 1936 su padre fue represaliado a pesar de que rondaba los 60 años y estaba enfermo. Con él, no hubo clemencia y, para colmo, a su hermano Joaquín lo movilizaron con la “quinta del saco”, a pesar de que ya había cumplido los 30 años. La sinrazón se instaló en todos los españoles, sí, tanto en unos como en los otros, y las circunstancias enrarecieron el ambiente y, sobrevivir, era toda una proeza.

A finales del año 1938, contrajo una grave enfermedad infecto contagiosa, que le obligó a permanecer en el lecho. Dicha enfermedad fue agravándose hasta que le ocasionó la muerte en el año 1940, a la edad de 30 años.

Los recuerdos remotos de esta mujer con coraje, que era mi tía, me enorgullecen, por haber recibido tan maravilloso ejemplo durante los dos años y medio que viví con ella y con mis abuelos. Su vida, desde luego, fue una impresionante lección de coraje.

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