POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
El erudito Don Felipe Carrillo Garrido, versado en leyes y Alcalde de Ulea desde 1887 a 1890, acudía con frecuencia a reuniones literarias que se prodigaban en las postrimerías del siglo XIX, en la capital murciana, organizadas por la ‘Asociación de la Prensa’ y auspiciadas por el preclaro murciano Martínez Tornel que además, era director del periódico ‘El Diario de Murcia’. Dichas charlas culturales y políticas tenían lugar en el Salón de actos de la redacción de dicho rotativo.
A finales del siglo XIX se desarrollaban ciclos de conferencias a los que solamente podían acceder personas con niveles culturales elevados por lo que desgraciadamente, no acudían, la mayoría de los ciudadanos, a pesar de que tenían libre acceso todos los murcianos. Por tal motivo, nuestros ilustres capitalinos se consideraban Ciudadanos de élite.
En aquellos tiempos ocupaba un lugar preeminente la situación de los soldados españoles y, por consiguiente, los murcianos. Sí, Felipe Carrillo escribió un artículo que versaba sobre la situación de los soldados de reemplazo de su pueblo y el sino de su destino: a la Península o a Ultramar.
El político enterado de la situación bélica en las posesiones de habla hispana; tales como Cuba y Filipinas, con motivo de celebrarse el día de la revisión de los soldados del reemplazo del año 1885, el último domingo del mes de marzo, escribió una carta en la que narraba las vicisitudes de los 18 soldados uleanos que debían sortear su destino; a la hora de extraer unas bolas de color blanco o negro (12 blancas y 6 negras), que introducidas en una bolsa opaca, tenían que ser extraídas por los mozos de reemplazo.
Felipe Carrillo, siguiendo con su narración, nos cuenta que dicho sorteo se efectuaba en la Plaza Mayor y, si el día era muy frío o lluvioso en el interior de las dependencias del Ayuntamiento. Concretamente, el último domingo del mes de marzo del año 1885 fue fresco pero soleado y, por tanto, tuvo lugar en el centro de la Plaza.
A tan trascendental acto para los jóvenes uleanos y sus familias, acudían los padres de los mozos, así como las novias, familiares y amigos, hasta el punto de que el aforo de la Plaza estaba saturado, ocupando muchas personas los balcones aledaños.
Tal intriga despertaba dicho sorteo, que el Carrillo Garrido describe el acto como un verdadero aquelarre; con enorme suspense, ya que quienes tenían la suerte de extraer una bola blanca saltaban de alegría, ya que eran destinados a la península para efectuar su servicio militar; mientras que los que tenían peor fortuna, al sacar una bola negra, quedaban pálidos y aturdidos, ya que serian destinados a Ultramar y, de allí casi nadie regresaba, pues, unos zozobraban en el mar y, el resto, perdían la vida en el campo de batalla.
Por tales motivos, nos sigue relatando mientras unos saltaban alborozados, al igual que sus familiares y amigos, los otros quedaban impávidos y llorosos, a la vez que sus seres queridos prorrumpían con gritos de contrariedad y desesperación, dado que quienes eran destinados a la península, sabían que en dos o tres años regresarían al pueblo con los suyos. Sin embargo, quienes tenían que cruzar los mares en embarcaciones de poca consistencia, eran conscientes de que quedarían para siempre en las entrañas del mar y, si alguno llegaba a Cuba o Filipinas, sería carne de cañón.
La estadística era tan cruda y contundente como la realidad misma: en tres años, entre las localidades de Ojós y Ulea, solo regresaron dos personas, un hijo de Teófilo Martínez y el Tío Puro de Ojós; de un total de 21 soldados que tuvieron la mala suerte de extraer una bola negra.
Cuando los quintos miraban la bola negra extraída, continúa relatando Felipe Carrillo, quedaban atónitos, como pasmados. Sus caras parecían un poema y, abrazados a sus familiares parecía como si acabaran de firmar su sentencia de muerte.
Como contraste, quienes habían sacado las bolas blancas, lanzaban sus sombreros al aire, a la vez que daban saltos de alegría. A ellos, se les unían los familiares y amigos; sobre todos sus madres y las novias.
Carrillo Garrido, narraba con todo lujo de detalles que la plaza Mayor parecía una algarabía en la que se mezclaban llantos y gritos de amargura con cantos y saltos de alegría. ¡¡Qué paradojas de la vida!! Jóvenes e incluso familiares del pequeño pueblo, habían tenido suerte dispar; suerte que les marcaría de forma indeleble para toda la vida ya que, las madres y novias de los quintos que habían sacado las bolas negras se ausentaron de inmediato, de la plaza, regresando a sus casas para colocarse prendas de vestir oscuras, en señal de luto. Sí, luto que llevarían de por vida ya que la posibilidad de que regresaran sanos y salvos era una quimera.
Aquellas madres acudían a misas y rosarios en la iglesia de San Bartolomé, a las horas que no hubiera bullicio por las calles y, todas vestidas de riguroso luto.
¿Por qué, si Cuba y Filipinas que eran posesiones de habla hispana pregonaban su independencia y, con la ayuda de Estados Unidos, que se alió con ellos, desalojaron a los españoles de sus territorios, perdiendo sus territorios y los hombres que enviaron las autoridades españolas para defenderlos? Sí, estos pueblos de Ultramar, en un intento de ser autónomos, solo consiguieron cambiar de amo.
En el orden de la naturaleza, sin lugar a dudas, no existía ninguna ley que señalara a los soldados españoles que serían obligados a acudir a salvar dichos territorios, a sabiendas de que sus cuerpos no volverían a surcar los mares para regresar al pueblo que les vio nacer.
En el origen del mundo no existía sorteo alguno que señalara a las personas de las clases menesterosas para ir a luchar a lugares desconocidos. No. Todas estas aberraciones y arbitrariedades las hemos cometido los hombres; acababa narrando Felipe Carrillo Garrido, en su extraordinario relato sobre los Quintos de finales del siglo XIX.