FIESTAS DE SAN PEDRO EN PUEBLA DE LA CALZADA
Jun 23 2016

POR JUAN MONZÚ PONCE, CRONISTA OFICIAL DE PUEBLA DE LA CALZADA (BADAJOZ)

SAN PEDRO

Unidos etimológicamente por la misma raíz itálica y por su relación directa con la religión, mientras el vocablo “feria, feriarum” se identificaba, en la República Romana, con los días de descanso –dies feriatus– como lo testimonia la expresión “feriae forenses” –días sin trabajo en el foro–, “festus, festa” se utilizaba para los hechos revestidos de un tono festivo, como las propias celebraciones religiosas.

Aunque no tenemos una referencia que nos permita fechar con exactitud el inicio de las fiestas, según el acta de Ayuntamiento de 9 de febrero de1856 y “en vista de los favorables resultados que en el año anterior tuvo la feria que por vía de ensayo se celebró en los primeros días del mes de septiembre por haberse suspendido la de Mérida…”, en 1855 tuvo lugar la primera feria.

Por lo que “convendría a estos habitantes el establecimiento de la misma feria en los días 27, 28, 29 y 30 del mes de Agosto para toda clase de ganados, al sitio del embarcadero en las dos márgenes del río Guadiana que corresponden al término de esta villa y la de Lobón cuyas municipalidades están de acuerdo sobre este punto”.

En 1922, el número 4 de la revista “Tierra Extremeña”, dedicado a Mérida y su Partido, de Ramón Fernández de Sevilla, recoge que “Puebla de la Calzada celebra fiestas el 8 de diciembre y el 29 de junio, festividad de San Pedro Apóstol”.

Parece ya establecida pero nos deja en la ignorancia sobre su antigüedad y la existencia, o no, de otras atracciones. Las Cuentas Municipales de 1927 recogen, en el capítulo 13 del epígrafe de gastos, “Fomento de Intereses Comunales-Ferias, exposiciones, concursos, funciones y festejos” un presupuesto imputado de 600 pesetas con un gasto de 145 pesetas. Las pagadas a “Macedonio Martínez por fuegos en la fiesta de San Pedro”.

A partir de ese año, presupuestos y libramientos nos muestran las fiestas de San Pedro con “conciertos de música dados durante los días de ferias, 28, 29 y 30 de junio”, o las “flores y faroles de adorno para la fiesta”, ya en 1931. Los “bailes públicos y de sociedad y cine al aire libre” de 29 de junio de 1932 y la “Gran Matinée en los salones de la Sociedad El Ejemplo” y “por la noche, una gran verbena durante la cual será proclamada “MIS PUEBLA” la señorita elegida por el Jurado”, del día 30.

Aquellas costumbres, ampliadas y mejoradas, y otras nuevas, hilvanaron las “San Pedro” de los años 60. Las carreras ciclistas –en ruta y de cintas– y los bailes –la matiné y las verbenas– en los que empezaban a sonar nuevos ritmos.

Habían llegado para quedarse prendidos en la ilusión de hombrecitos vestidos, todavía, con pantalón corto y mujercitas con trenzas y lazos de colores, que conocieron la diversión en aquellas vueltas, vertiginosas, de las voladoras, o en uno de los viajes al cielo de la noria y las barcas, que pespunteaban de música la perspectiva añeja de la Plazuela para irse con el tiempo a la calle Badajoz, a donde llegarían los coches “eléctricos”.

Las diferentes barracas – desgarbadas unas, endebles otras, pequeña esta, triste aquella – y sus mercaderías, tentación al hilo del capricho y la novedad, bajo la agónica lámpara de carburo titilando casi tímida, casi miedosa, Castuera en forma de turrón y peladillas, a la sombra de las esquinas de la intemporal Plazuela, inundada por el sonsonete que acompañaba los giros del tiovivo y sus inamovibles caballos de belfo inquieto y ojos asustados y su extraño y permanente y casi forzado galope.

Y sus premios, objetivos desafiantes en forma de palillo altivo y, a veces, inalcanzable; y sus espectáculos nunca vistos, como la que presentó a “la Niña de las dos cabezas”, que sentó sus reales en la Plaza. Y la de los espejos que, dibujando imágenes deformes concedían hilarantes momentos de inocencia y despreocupación. Y los estáticos coches y caballos, plano cuasi obligado para el recuerdo a través de las descoloridas fotografías de aquellas maquinas adustas de objetivo redondo y oscuro.

No faltaba, dibujando su silueta en la calle León XIII y luego en el Ejido, el “mayor espectáculo del mundo”, el circo, llamando – pasen y vean – al entretenimiento y la diversión con “la mujer barbuda” o “el gigante de Extremadura”, las contorsiones de trapecistas, saltimbanquis y equilibristas, las habilidades de magos y pitonisas, y la chispa de los payasos que siempre dibujaban, en un ejercicio de ingenio velado en sus máscaras, una nota crítica.

¡Y de altura! Porque no faltó algún año, el más difícil todavía, el no va más, la presencia de la reina del trapecio, Pinito del Oro. Ingenio y equilibrio que se adornaban de picardía, plumas, gasas, canciones de letras con doble sentido, provocaciones, insinuaciones y una buena dosis, para la época y el régimen, de sensualidad para los que podían y se internaban en el mundo ambiguo y equívoco del Teatro Chino Manolita Chen.

El mejor gallo del corral, preparado en muchas casas para la merienda del día de San Pedro; después de Misa Mayor, la Procesión y, luego de la Matiné del Casino, el paseo entre sonrisas y comentarios o, pasear, ir a la Matiné y volver a pasear en un aprendido ir y venir, ronda ineludible con la que aprovechar la oportunidad de sentirse distinto en un mundo, ficticio y efímero, coloreado de brillos que iluminaban el cotidiano gris.

Al anochecer, la representación del Teatro María Guerrero, en la calle Iglesia, que de la mano de los Hermanos Picazo, como cada año, ponía una nota especial a las noches festivas de Puebla de la Calzada que las hacía diferentes a las noches festivas de otros pueblos. La obra “El crimen de Inés María” batió records.

Entre serena y altiva, tímida y atrevida, al albur de banderines y farolillos y del desfile casi multitudinario de Gigantes y Cabezudos, diversión y pasacalles, la plaza se engalanaba a la sombra de las amarillentas luces que, en la tómbola, teñían de tentación la oportunidad de alcanzar por casi nada, un regalo, señuelo y medio para fomentar amistades y relaciones a futuro.

Y coronada por el entarimado desde el que la orquesta amenizaría las verbenas hasta el día 1 de julio, conclusión, final de las fiestas, telón de cuatro días en los que la monotonía se matizaba de otro tono, se iluminaba de otros colores, y se vivía la oportunidad de estrenar, trajes y zapatos, comprados algunos, muchos, con más sacrificio que voluntad.

Si los fuegos artificiales fueron la única inversión de las primeras fiestas de San Pedro, han permanecido más allá de los tiempos, del progreso y las innovaciones, con su universo multicolor y sonoro, tal vez sorprendentes en aquellos tiempos de 1929 cuando se pagaban “6 pesetas por un jornal invertido en la colocación de palos para los fuegos artificiales del día 28 del actual” o en 1935 “11 pesetas por acarreo de madera y hacer hoyos para fuegos”.

Y como siempre, disparados desde la plaza, en donde se colocaban aquellos palos y ruedas que se vestían de fuego y colores furtivos y fugaces para iluminar la noche del 28 de junio, con la apoteosis de la rueda final que tras girar casi descontrolada en medio de un polícromo torbellino de fuego, se detenía exhausta y consumida, hueca, presentando la imagen de San Pedro, y que hasta 1931, presentaba “el cuadro del Corazón de Jesús”.

Eran otros tiempos, otra forma de pensar, otra forma de ser y de comportarse incluso por obligación, pero las ferias y fiestas, cualquiera que sea su origen y su destino, desde que el tiempo es tiempo no tenían más intención que revestir la ocasión de diferentes registros, hacer un paréntesis en el día a día, no siempre fácil y muchas veces complicado, por necesidad y por encima de ritos religiosos y políticos.

No sabemos cuándo nació la fiesta de San Pedro ni su razón ni su por qué, pero Junio forma parte de la identidad de nuestro pueblo, Puebla de la Calzada, y posiblemente aquellos complicados años de la década de los 60 se hicieran un tanto más llevaderos con aquellos cuatro días adornados de fiestas.

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