POR ANTONIO BOTÍAS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Se imaginan qué ocurriría si alguien propusiera hoy realizar prospecciones petrolíferas en el Mar Menor? Pues no hace falta que esfuercen la mente. Porque eso sucedió hace ahora casi medio siglo. Y provocó una auténtica ‘marea negra’ de indignación. La concesión de dos permisos de investigación de hidrocarburos se conocieron a finales de abril de 1967. Una de las licencias la obtuvo la Compañía de Investigación y Explotaciones Petrolíferas y la otra la Sociedad de Explotación de Petróleos Españoles S. A. y Coparex S. A.
Las autorizaciones fueron tramitadas por la Dirección General de Minas y Combustibles, Sección de Hidrocarburos, y se denominaban ‘Torre Pacheco’, ‘San Javier’ y ‘Mar Menor’. Abarcaban, por el orden citado, 35.242, 25.385 y 42.462 hectáreas. Los permisos incluían la línea costera entre las provincias de Murcia y Alicante y el tercero, como informó en su día la prensa «aguas jurisdiccionales y plataforma submarina frontal murciana».
Los periodistas, asombrados como los vecinos del común ante la noticia, preguntaron a quien más sabía de aquellas cosas: el catedrático de Cristalografía, Manuel Rodríguez Gallego. Y Rodríguez Gallego terminó de liarla, como diría un castizo huertano. Porque aseguró que, «como ya les vengo explicando a mis alumnos en la Facultad, el Mar Menor reúne condiciones favorables al hallazgo de petróleo. En el mapa geológico nacional esta es, sin duda, zona probable en principio». En efecto, aquellas declaraciones fueron el principio de una escandalera.
El buen profesor, con la ciencia en la mano, aclaró que al tratarse de una laguna desgajada de la masa mediterránea, de aguas bloqueadas con una barra de separación, el indicio «es ya importante. Igual sucede en el lago Maracaibo, abundante en yacimientos».
Pese a ello, el doctor se preguntaba si se habría producido una descomposición de cadáveres de animales marinos en los fondos de la albufera. Y, en caso afirmativo, si habían quedado depositados un tiempo adecuado. Después de una larga disertación de pros y contras, Rodríguez Gallego emitía su dictamen: «Veo ciertas posibilidades. Es cuestión de prospectar mucho. Nada más». Y nada menos.
Quizá para evitar los centenares de pinchazos necesarios -y por si en alguno de ellos brotaba el ‘oro negro’- la Compañía Urbanizadora de Nuestra Señora del Mar Menor, que operaba en La Manga, presentó una queja ante el organismo correspondiente. La guerra entre el petróleo y el turismo había comenzado.
Uno de los directivos de la compañía era Jesús Maestre, quien advirtió muy serio desde Madrid, donde vivía el buen hombre, que la empresa ya había cerrado un encuentro con el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, para transmitirle «el gran peligro que para el turismo murciano» representa, no ya el hallazgo de oro negro en la corteza submarina de la albufera, «sino fundamentalmente la perturbación y daño que redundaría sobre pescadores, urbanizadores, turistas…».
Los Maestre atacan
Tomás Maestre, hermano del anterior y propietario de todos los terrenos de La Manga, cuya mitad fue antes de su tío y la otra de José Celdrán, añadió que el anuncio de las prospecciones ya había llegado a Madrid, «donde el Mar Menor tiene un buen cartel turístico». Además, añadió que los expertos consideraban que la posibilidad de hallar petróleo bajo sus aguas era «de una entre mil».
Mal enemigo era Tomás. Primero, porque era un hábil abogado y empresario. Y segundo, habida cuenta de que, solo apenas unos años antes, había contado con el apoyo de los ayuntamientos de Cartagena y de San Javier para urbanizar La Manga. De hecho, el propio ministro Fraga visitó los terrenos en 1962. Hilando más fino que el coral, Maestre hizo saber a la prensa que la búsqueda de petróleo en Murcia podría afectar de forma negativa «a las provincias de Alicante, Almería, Valencia e incluso a la Costa del Sol. Tendría que ser una riqueza superlativa la que nos convenciera de las necesidades de cambiar el ‘oro verde’ del turismo por el ‘negro’».
Por último, el empresario señalaba la catástrofe que supondría para los pescadores, que perderían su única forma de sustento. Por supuesto, de urbanizar hasta el delirio La Manga no dijo ni media. Aunque lo cierto es que la queja que dijeron haber presentado lo fue invocando el artículo 47 de la Ley del Suelo de 1956.
El texto disponía que la aprobación de un plan urbano [como el que los Maestre atesoraban] produce limitaciones en el uso de los terrenos afectados por el mismo. Entre ellas, la prohibición de explotar yacimientos o movimientos de tierra que afecten al desarrollo urbanístico. La inquietud cundió cuando se supo el procedimiento a seguir en las prospecciones. Primero era aconsejable determinar posibles fracturas en el fondo del Mar Menor. Y para ello se utilizarían «cargas de dinamita y empleo de sismógrafos especiales».
Cargas de dinamita
Pese al revuelo, o quizá por ello, los trabajos comenzaron al instante. La compañía francesa General Geophysique inició las prospecciones en una paraje de La Manga conocido como La Embestida, a un kilómetro de donde entonces acababa la carretera de acceso.
En el mar, el buque ‘Andrómede’ recibía datos vía antena parabólica de las estaciones, que también se instalaron en Torrevieja, Cabo de la Nao y Santa Pola. Para transmitir los datos fue necesario levantar una antena de 18 metros que, mal que bien, mantenía en pie el ingeniero Bourcheix, «cero en lengua española», aseguró el diario ‘Línea’. El ‘Andrómede’, a la par que recibía información y la trasladaba a la central ubicada en Madrid, «larga unas cargas de dinamita como para ponerle a los peces la carne de gallina», advertía el redactor. Y desde la Jefatura del Distrito Minero señalaban, sin inmutarse los señores, que las explosiones «en nada afectan a la fauna marina». Apenas unas semana después llegaba el ministro para inaugurar la apertura de la red de aguas de la zona Norte, en El Estacio y Calnegre y el restaurante Dos Mares, además de entregar el Premio de Periodismo Maestre a los periodistas García Martínez y Baldomero Ferrer, ‘Baldo’, también dibujante, y al fotógrafo Tomás Lorente.
En aquella ocasión Fraga fue tajante y repitió a la prensa lo que antes había dicho a los Maestre: «Si no hay petróleo en esta zona, nada, y si lo hay, tanto mejor: significaría la revalorización de muchos terrenos; el que los hoteles estarían llenos de ingenieros, técnicos y capitalistas». El proyecto, sin embargo, quedó en agua de borrajas. Pero limpias como las del Mar Menor.
Fuente: http://www.laverdad.es/