POR DOMINGO QUIJADA GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE NAVALMORAL DE LA MATA (CÁCERES)
Salgo del portal observando cómo el astro rey ya hace rato que asomó y asciende sobre el horizonte, aunque sus rayos aún no arden; pero comienzan a molestar ya mis ojos claros, camino de la Mesa Electoral a la que el sorteo me ha destinado ese histórico día: distrito 1, sección 4, mesa “B”, en el Hogar del Pensionista. Oficialmente me había correspondido el puesto de “Primer Vocal Suplente”, pero la intuición hizo apresurarme para estar allí a la hora fijada (antes de las 8), porque se cumplió mi vaticinio de que el “Titular” no aparecería. Y conste que yo también pude renunciar debido a mi edad, pero la experiencia de otras veces motivó que no hiciera uso de ese derecho legal, ya que el aprendizaje que se adquiere en esa misión es excepcional (sobre todo para un historiador, como es mi caso), a pesar del cansancio y agobio en ciertos momentos, de las elevadas temperaturas casi todo el día y de la “sentada” que tuvimos que soportar.
Una vez conformada la Mesa (un joven presidente y dos vocales, acompañados de dos excelentes y diligentes “apoderados”, que son los garantes de que jamás pueda haber fraude), leídas y aclaradas las normas, ubicadas y señalizadas las urnas, organizada la Lista del Censo y dispuesto el resto del material, a la hora señalada (9 de la mañana) iniciamos acto tan cívico y democrático.
Al principio acudían los votantes muy fluidamente, pues en nuestra región cuesta madrugar (especialmente los fines de semana). Aunque siempre hay madrugadores, otros que tenían que viajar o acudir a la parcela y algunos que estaban ansiosos por votar (se les notaba…).
Pero la asistencia y actividad fue in crescendo gradualmente a partir de media mañana. Masivamente en ciertos momentos, que la generosa colaboración de cada miembro de la Mesa ayudaba a solventar con la mayor diligencia, ayudando al resto facilitando números o datos, procurando que la premura no se tradujera en errores que al final tendríamos que lamentar.
Mis ojos azulados oscilaban entre el Censo (donde iba rotulando a los votantes que el presidente y el otro vocal me nominaban) y la presencia humana, aprovechando los incisos y pausas para observar a ciudadanos de todos los sexos, edades y condiciones que ante nosotros desfilaban: algunos la primera vez, mi querida Angelita con 91 años y andando, mi vecino y amigo Pepe Resino que ese día cumplía años… Solteros, parejas, casados, separados y viudos. Padres con sus hijos portando los sobres, algunos pidiendo permiso para que pudieran acercarlos a las urnas (¡qué lección tan democrática”…). Unos más serenos, otros más excitados y algunos timoratos; muchos sonrientes, mientras los había más serios o preocupados… Por vivir un gran número en mi barrio del Parque y residir tantos años en el mismo lugar (casi 40 años), la mayoría me eran conocidos o guardo con ellos cierta amistad (bastantes exalumnos también, que han crecido inevitablemente pero que agradecí volver a ver y recordar tiempos pasados). Estudiantes, “ni-ni”s, trabajadores (obreros, funcionarios y pequeños empresarios) y también bastantes parados. Sin olvidar a los cuantiosos pensionistas o jubilados. Pero el deber exigía que la observación a menudo fuera fugaz o de soslayo.
A las 15 horas volvíamos a estar “en familia”, con los compañeros de las otras tres Mesas dándonos compañía, interrumpida por algún que otro elector descarriado. Momento que aprovechamos para consumir los bocadillos y frutas que nos habían llevado. Bebiendo Coca Cola para eludir la somnolencia que a esa hora ya nos acorrala. Con abanicos –las damas– o paciencia asumida para soportar el excesivo calor.
Las manecillas del reloj ahora giraban con mayor lentitud, incluso a veces parecían que eran ellas las que se habían dormido.
Pero, así y todo, la calurosa tarde avanzaba. Y, pasadas las 18 horas, una segunda oleada cada vez más profusa nos devolvió a la pasada realidad. Actividad y reparación del “aire acondicionado” que nos hizo finalizar la jornada con una aparente mayor prontitud y comodidad a la hora fijada (20 horas).
Ahora tocaba el turno a la inscripción de los votos recibidos por Correo (52). Y a la votación de los miembros de la Mesa.
Y, después, el trámite final y esencial: apertura de urnas, recuento de votos, validez de los mismos (media docena de “nulos” por incumplir las normas y otra media “en blanco”), comprobación por los “apoderados” (algunos abatidos, porque los resultados no coincidían con lo que esos días se rumoreaba sin fundamento), estadística y relleno de actas y formularios. Para después depositarlo todo en el Juzgado.
El reloj de San Andrés daba las once campanadas cuando cruzaba el Parque con dirección a mi casa. Cierto es que deseaba y necesitaba pasear, pero ansiaba más aún recibir una larga y gratificante ducha que aseara y refrescara mi cuerpo, y paladear e ingerir una buena jarra de gazpacho.
Tras el merecido descanso nocturno, al día siguiente conocí y registré que los datos de mi Mesa fueron similares (excepto en un caso) al resto de las locales.
En Navalmoral, aumentó ligeramente la abstención respecto a las del pasado mes de diciembre (70’5% entonces y 68’5% ahora). El PP volvió a ganar con nitidez imponiéndose en 16 de las 17 Mesas, recibiendo el 46 por ciento de los votos (600 más que entonces). Lejos quedó el PSOE, con el 25’7% (150 papeletas menos que el 20-D). Más aún Unidos Podemos, terceros con el 13’9% (casi 400 votos menos que la suma de Podemos e IU por separado entonces). Mientras que fuera del pódium quedaron Ciudadanos (con el 12’2%, 2 puntos menos que en diciembre) y otras formaciones minoritarias. También se confirmó que un moralo, Rafael Mateos (del PP), volvía a ser elegido senador por Cáceres (y mejorando los resultados del 20-D, siendo ahora tercero cuando en aquella convocatoria fue cuarto); quedándose fuera el otro que se presentaba (Pedro Pascua, del PSOE, que fue sexto).
Las conclusiones son evidentes, aunque haya quien no las quiera ver o busque tres pies al gato. La realidad es la que hay y esta segunda convocatoria sólo ha servido para perder tiempo y dinero (y disgustos para más de uno). Visto lo visto, sólo hay un camino que recorrer: dialogar, pactar y ponerse a gobernar en bien de todos.