POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Vamos a empezar este comentario poniéndonos un poco en plan «histórico-cultural»; es decir, cursi.
El verbo griego «eulogein» tiene un significado de «hablar bien» y, ampliando el concepto, de BENDECIR.
De ahí que el calificativo de EULOGIA signifique «algo que se bendijo».
Cuando nacieron las primeras comunidades cristianas los catecúmenos (personas no bautizadas y formándose en la religión) no podían participar en la Comunión; a la vez que otras gentes, ya cristianas, no deseaban comulgar en ese momento de la Misa y oración.
Para «salvar» esta situación la Iglesia «inventó» la participación comunitaria del llamado PAN BENDITO o EULOGIA.
Este era un pan ordinario o dulce, no ázimo, ofrecido por la comunidad parroquial, que el sacerdote bendecía durante el Ofertorio de la Misa y después, al final de la celebración, se repartía entre los asistentes. De este modo, y de forma simbólica, todos eran partícipes de una COMÚN UNIÓN de amor.
San Agustín (creo no equivocarme en la cita, que escribo de memoria) lo explica perfectamente al decirnos que este pan aunque «non sit Corpus Christi, sanctum tamen est et sanctius quam cibi quibus alimur» («aunque no sea el Cuerpo de Cristo también es santo y más santo que los alimentos que tomamos»).
Antiguamente este PAN BENDITO se repartía en el pórtico de la iglesia, costumbre que aún perdura en algunas parroquias asturianas y que -así lo tememos- está a punto de desaparecer, o , como dicen los expertos, «en vías de extinción».
De algún modo el «Ramu de la Fiesta» recuerda esta vieja tradición cristiana cuya historia se remonta, como mínimo, al siglo IV.
Esta costumbre la hemos «revivido» el pasado lunes, festividad de Santiago Apóstol, en la Parroquia canguesa de La Riera de Covadonga donde la feligresía pudo gozar de un exquisito PAN DULCE BENDITO.
Así se elaboraban antiguamente estos panecillos dulces:
En un cazo se vierten 1/2 litro de leche y otro 1/2 litro de agua, se añaden una cucharada de sal, 400 g de azúcar y 400 g de mantequilla muy fresca, una rama de canela y cáscara (piel) de medio limón. Da unos hervores y, retiradas la canela y la piel de limón, se deja enfriar.
Cuando esté templada se suma una nuez grande de levadura de panadería y con esa mezcla se amasan 1,750 kg de harina de trigo hasta conseguir una masa suave, ligera y elástica. Se cubre con un paño y reposa en sitio templado durante unas dos horas.
Con porciones de esa masa se moldean panecillos, roscos o trenzas (al gusto) y, también cubiertos con un paño, vuelven a reposar otras dos horas en lugar cálido.
Se barnizan con huevo batido y hornean en horno suave (sobre 120º C) hasta que tomen color dorado.
Benditos o no, pero complementados con una taza de buen chocolate «a la española», son una delicia de merienda.