POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Días atrás, en las cercanías de Covadonga, estaban unos amigos -asturianos de pura cepa- contemplando unos avellanos («ablanos»), ya con su fruto, del que me ofrecieron unas piezas.
¡No están en sazón!, les dije, ¿no veis que no «despeguen del garrapiellu»?
Si les hablo en sánscrito me hubieran entendido lo mismo: ¡¡Nada de nada!!
El avellano, arbusto autóctono de Asturias, tiene como fruto la avellana, que los asturianos decimos «ABLANA» (PLURAL, ABLANES).
La avellana -fruto consta de tres partes diferenciadas: el pericarpio, a modo de envoltura en forma de cáliz apuntado en «hojitas», que no es comestible y se denomina «carapiellu», «carrapiellu» , «garapiellu» y «garrapiellu»; la cáscara, rica en lignina, que tampoco es comestible; y la semilla propiamente dicha que sí es comestible, muy nutritiva y rica en aceites.
Asturias es región rica en avellanas, gozando su calidad de gran estima en el resto de España y de Europa.
Les cuento.
En la segunda mitad del siglo XIX vino a España un pastor anglicano para promocionar en nuestro país la lectura de la Biblia, versión anglicana.
Se llamaba George Borrow y las gentes le acoplaron el apodo de «don Jorgito el Ingles».
Sus experiencias pastorales y viajeras las resumió en un curioso libro, plagado de errores, que tituló «La Biblia en España».
Entre esos múltiples disparates cuenta que don Agustín Argüelles, «el Divino», riosellano, era colungués; y que Villaviciosa «es la capital avellanera de Asturias».
¿Por qué estos errores?
Don Jorgito confundió a don Agustín Argüelles con un sobrino suyo, José Agustín Argüelles, que fue alcalde en Colunga y, cuando militar en La Habana, preso en el Castillo del Morro por no se qué turbio asunto de «trata de blancas» (o de negras, ¡vaya usted a saber!).
Y lo de suponer a Villaviciosa capital avellanera es porque observó como en su ría se cargaban buques, con avellanas, destinados a los mercados franceses e ingleses.
Los asturianos gustamos de «les ablanes», tostadas al horno, en romerías y garulles (¿entienden lo de » garulles?) en tiempos de esfoyaza (¿entienden lo de «esfoyaza»?); y en obradores de repostería alcanzan su esplendor en la elaboración de los famosísimos CARAJITOS y de las tradicionales TARTAS.
Ofrecemos una fórmula para esta dulcería:
Batan a punto de nieve 6 claras de huevo, añadan 150 g de azúcar y 6 yemas de huevo batidas, mezclando bien y con suavidad.
Después, con sumo cuidado, se agregan 150 g de harina, 350 g de avellanas tostadas y molidas, 150 g de azúcar, 4 yemas batidas y un poco de ralladura de piel de limón.
Se lleva la mezcla a un molde engrasado (circular de unos 30 cm de diámetro), y hornea a unos 150º C hasta que esté a punto (prueba de la aguja de tejer).
Ya fría, se desmolda y se remoja con un almíbar aromatizado con una copita de brandy.