POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Aquel 12 de agosto de 1996, en su casa de Niembro, Bueno me habló de su época en Salamanca, de las novelas que leyó ahí y ya nunca tuvo tiempo para continuar; Dostoievsky, Gogol, Balzac, Stendhal, Huxley, Mann…, “La Regenta”, por supuesto. También me habló de Ortega, que, como filósofo, inventó el juego de escribir, y de Feijoo, precursor del idioma español actual, el estilo del ensayo; de Feijoo encontraba gran semejanza con Ortega, e incluso con Unamuno, y de ellos envidiaba su manera de adaptar temas abstractos a las entendederas del vulgo. Bueno me confesaba que él no sabía escribir así, para periódicos, que Ortega se había adaptado al sentirse “in partibus infidelium”, es decir, “en tierras de infieles”. Y aquí cabe este epitafio de Bueno: “He vivido en el mundo más vulgar imaginable, sin sueños”. Bueno nos dejó en pleno quizás, al albur de una sinagoga de irresponsables.
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