DISCURSO
De niño, cuando me preguntaban que quería ser de mayor, yo, que fui niño precoz, respondía muy convencido:
-Yo de mayor quiero ser turista.
Algún fundamento tenia, al ver, con la óptica infantil, que los turistas no trabajaban. Se pasaban el día viajando, visitando países y lugares placenteros, Se alojaban en buenos hoteles. Comían y bebían a gusto. Se les veía contentos. Y, sobre todo, para la época, todos tenían una máquina fotográfica, que era mi ilusión.
Hete aquí que, como quien dice, noventa años después, por la gracia de Estepona y de su Alcalde, no solo soy turista sino, por si fuera poco, turista de honor. Amigo Sancho, hemos dado, nada menos que con el honor, que es patrimonio del alma.
El alma de Estepona está hecha de presencias foráneas, digamos turísticas, si, en sentido lato e histórico, turista es el que viene de fuera. Así, salvo error u omisión, iberos, tartesios, fenicios, griegos, cartagineses y romanos. Así, godos, árabes, moriscos y castellanos, hasta que, en 1729, Felipe V, rey de las Españas, otorga a Estepona el privilegio de Villa de por si y sobre si, sacudido el yugo de Marbella y con los sitios de Velerín, Padrón, Quejigal y parte de Carnecería, de Monterroso. Así, hasta Parque Antena, nacido en Madrid como residencia de vacaciones para profesionales de Radio-Televisión y reconocido por el Ayuntamiento de Estepona, en 1968, como polígono de nueva urbanización junto al famoso Torreón de subsuelo arqueológico, tan investigado por el alcalde Sánchez Bracho.
Y en Parque Antena me afinqué con mi familia en 1971, tomando posesión del verano. En los cuarenta y cinco años transcurridos he conocido la deslumbrante evolución de Estepona, desde el premio de embellecimiento hasta el Orquidario y de Estepona me he enamorado, tanto que, si existiera tal recurso, me nacionalizaría andaluz. En su defecto, como un voto, mi DNI en Estepona está expedido.
Declaro públicamente mi amor a Estepona en 1982, como pregonero de las fiestas mayores y prologuista de su programa. Allí, hace treinta y cuatro años, me preguntaba:
¿Se puede dar palmas a la palma? ¿Se puede alegrar la alegría? ¿Se puede festejar la fiesta? ¿Se puede animar el alma palmaria, alegre y festival de Estepona?
Allí, hace treinta y cuatro años, me respondía:
Estepona es mi casa fraterna. Estepona es mi puesto de periódicos, mi nido de golondrinas, mi taberna, mi banco mi peluquería, mi chiringuito, mi paseo, mi cine, mi guardia municipal, mi puerto, mi cometa, mi chumbera, mi playa, mi dama de noche, mi barca, mi helado de cucurucho, mi mercado, mi hierbabuena, mi carretera, mi fritura y, sobre todo, señoreándolo todo, mi gente.
Acabo de llegar a Estepona, peregrino, y lo primero que me ocurre es que, en un bar, un albañil que no me conoce de nada, por pura simpatía, me convida a café. Luego, no repuesto del suceso, me encuentro con un hombre que, al mismo tiempo que trabaja, está cantando.
No sé si, por la costumbre, valoráis debidamente aquellas esplendidas minucias. A mí, procedente de duros territorios, me deslumbran y por eso las proclamo en este pregón de paz, en este pregón de júbilo, en esta mi oración a Estepona, a Estepona que estás en la tierra, a Estepona que estás en el mar, a Estepona que estás la fiesta de nuestros corazones.
Señor Alcalde, gracias por la felicidad de este mediodía, tan pequeña como el que la recibe y tan grande como quien la otorga. Usted es el Alcalde mágico del nuevo prodigio de Estepona, recrecida en belleza y armonía, nueva urbanidad de inteligencia bienhechora y, por supuesto, primor del turista
Por todo y por siempre, gracias.
ENRIQUE DE AGUINAGA.
Plaza de las Flores. Estepona.
Viernes, 12 de agosto, 2016