POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Impone su presencia, pero poco más. Los escualos que pululan por el Mediterráneo, acaso porque no les sepa bien la carne humana, apenas atacan a los distraídos bañistas que se refrescan en sus aguas. Para demostrarlo basta con rebuscar en la prensa de todas las épocas, donde son escasas las referencias, ya no de episodios violentos, sino incluso de encuentros en la costa. Pese a ello, una leyenda murciana mantenía que los marrajos, una de las especies, devoraban personas. Y eso, en según qué tiempos, incluso provocó que muchos despreciaran tan sabroso bocado.
La mayoría de los ejemplares que surcan nuestras aguas son tintoreras y marrajos, aunque también se han documentado los temidos tiburones blancos. La tintorera es un pez muy parecido al cazón, ese que sabe a gloria en adobo, frecuente en las costas del sur de España y en las de Marruecos, que alcanza de tres a cuatro metros de longitud y que tiene dientes triangulares y cortantes. Los de la mandíbula superior son más anchos y con la punta dirigida hacia atrás, y su dorso y costados son de tonalidades azuladas o gris pizarra.
Del mismo color son los marrajos, de dos o tres metros de longitud, con la raíz de la cola estrecha y provista de una quilla longitudinal a cada lado, aleta caudal más o menos semilunar y dientes muy desarrollados y agudos.
Una tintorera, según publicó ‘El Diario de Murcia’, fue capturada en aguas de Escombreras en junio de 1900. El pez intentaron venderlo en el mercado de La Unión, aunque estaba entonces prohibido, y las autoridades acudieron a requisarlo. «Pero el vendedor debió oler algo y se dirigió al Estrecho, donde según datos verídicos se despachó el pescado al público». El 5 de octubre de 1891, el diario ‘Las Provincias de Levante’ informaba a los murcianos de que en una playa de Valencia se había capturado «un enorme tiburón que, según los cálculos aproximados, pesaría unas 70 arrobas». Salvo errata del redactor, eso equivaldría a casi 800 kilos.
El mismo rotativo, en el mes de marzo de 1897, daba razón de otra impresionante captura. En este caso, el peso alcanzó unas 140 arrobas «y medía más de quince metros». El gran cetáceo fue abatido en Benidorm «con un arrojo incomparable por los valientes pescadores de la almadraba» que, al verlo entre las redes, «se arrojaron sobre él armados con cuchillos, dándole muerte antes de que pudiera causarles los destrozos que eran de temer en los aparatos de pesca».
Según los pescadores, este animal ya había destrozado las artes de la almadraba de Villajoyosa. Pero lo sorprendente del caso, aparte de las supuestas dimensiones del pececito, fue que al depositarlo en la playa para despiezarlo, en su estómago se encontró «nada más que un perro de Terranova, dos delfines que pesarían cada uno de ellos unas tres arrobas, y un gran lío de ropa». Casi nada. Cuando concluyó la venta de su carne, los pescadores se repartieron una «gran cantidad de aceite» del hígado del animal.
En una cueva de Mazarrón
En 1930, el diario ‘El Tiempo’ se hizo eco de un ataque a un bañista en Tenerife que, a duras penas y dando «gritos fenomenales», logró escapar de la dentellada que le propinó un tiburón. Menos problemas tuvieron en 1949 dos pescadores que, durante una inmersión en la Isla del Alemán, en Mazarrón, se introdujeron en una cueva «donde, lógicamente, encontraríamos pescados», como publicó por entonces la revista ‘Mundo Deportivo’.
Ni imaginaban siquiera que, de repente, «dos focos en forma de ojos» brillaban en el interior de la cavidad. «Y es un pescado de enormes proporciones (seguramente un marrajo o una tintorera) que fija su atención en nosotros y, ante el temor que sea uno de estos, poniendo en peligro nuestras vidas, apresuramos a salir rápidamente hacia la superficie para variar de sitio».
Justo un año más tarde, en 1950, el Sindicato Provincial de la Pesca anunció el total de kilos capturados durante el mes de junio en las costas murcianas. En el caso de las tintoreras sumaban 216 kilos, con un valor de poco más de 400 pesetas. Respecto a los marrajos, se alcanzaron los 228 kilos y un valor de 2.104 pesetas.
El aguileño Juan Pallarés, en cambio, descubrió en 1961 cuánto dolor producía la mordedura de un escualo. Pero no le sucedió en su Águilas natal, sino mientras practicaba la pesca submarina en Fernando Poo, la antigua colonia y luego provincia española en África.
Marrajos de Cartagena
Otros marrajos, desde luego bastante más amigables, son quienes componen la cofradía cartagenera de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Ese apelativo reciben, según la tradición, después de que, habiendo capturado y vendido uno de aquellos peces, se destinara el dinero a la institución. Y así comenzó a hacerse cada vez que se lograba atrapar un marrajo, hasta el extremo de que la salida de la hermandad en estación de penitencia casi se supeditaba a la pesca de escualos.
En 1976, el Sindicato Provincial del ramo solicitó que se levantara la veda sobre la denominada «pesca marrajera» en el litoral, establecida antes para el intento, que resultó vano, de revitalizar los caladeros. Así que los pescadores pidieron volver a capturar el emperador, el atún, la tintorera y el pez martillo. Pero el más codiciado era el marrajo.
El presidente del Sindicato, Juan Cañabate, recordaba entonces la leyenda, «según la cual, el marrajo se alimentaba de personas». Y por esa razón «no se quería para el consumo». Sin embargo, «está comprobado que solamente come peces, y además vivos; seres muertos no come». Ni mucho menos partes de cuerpos humanos debajo del nivel de la mar.
Fuente: http://www.laverdad.es/