POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
¿Recuerdan? Hace tiempo, en un programa de humor en TV, una de las actuaciones consistía en una serie de comentarios sobre los amores y amoríos de los «famosillos y famosillas» del momento. Los actores simulaban leer una revista mientras, paseando con pasitos cortos y el busto ligeramente inclinado hacia adelante, cantaban:
«Corazón, corazón,
corazón pinturero.
¡Qué pedazo de artistas
traen las revistas
de mi peluquero!
Si días atrás ofrecíamos la curiosa foto de Geli López relativa a una zanahoria con aspecto de pulpo, hoy le toca el turno a una patata comprada por mi (además de otras) en «Mini-Mas» de Colunga (antes Casa Vallín y muy antes «Tienda de los Pablos), un comercio encantador, muy bien surtido , muy bien atendido, y «muy bien de precios».
La foto, en este caso, es mía.
Dibujar corazones fue y es tentación de mozas quinceañeras en clases de atención difícil, como eran mis explicaciones de Física. De vez en cuando, cuando veía a una mocina «tomar apuntes» desaforadamente, solía decirle (más bien en asturiano): «Neña, deja de pintar corazones y atendi pal teorema de Steiner (o lo que explicara en ese momento), que ye lo que voy a preguntar en el «cambio de impresiones» que pondré el viernes SIN AVISAR».
¿Quieren creer que acertaba (en lo de los corazones) en casi el 90% de los casos?
Lo del examen y lo de la pregunta no lo creían… hasta que comprobaban que yo no mentía.
Dicen los que saben de esto que las primeras patatas para consumo humano se cultivaron en Galicia por los frailes del monasterio de Herbón, cerca de Padrón, en los mediados-finales del siglo XVIII; zona donde los pimientos de Padrón cobran fama de excelencia.
Es sabido que unos buenos cachelos aderezados «a feira» complementados con unos pimientinos de Padrón fritos (y para mi gusto, sin sal)… es plato de «llamar la atención».
Pues nada; ya que tratamos de «patatas cordiales» (es decir, acorazonadas), hoy prepararemos unas con relleno de pulpo encebollado y gulas al ajillo.
Cuecen en agua con sal, y sin mondar, unas patatas de tamaño mediano. Ya tiernas, se escurren, enfrían y se pelan.
Con ayuda de un «sacabocados» o un cuchillín pequeño, se les practica un hueco interior que se rellena, unas con un guiso de pulpo (cortado en muy pequeño) encebollado; y otras con unas gulas preparadas al ajillo.
Se cierra el hueco con un «sobrante de patata cocida», y se rebozan en harina y huevo batido.
Fríen en aceite y se disponen en una cazuela donde se bañan con una salsa española o una salsa verde. Dan unos breves hervores y se ofrecen, bien calientes, en cazuela de barro.
Están tan ricas, tan ricas, que se «les partirá el corazón» cuando las prueben y disfruten de la alternancia gulas-pulpo.
Ya me contarán.