LA FERIA CUMPLE SIETE SIGLOS Y MEDIO DE HISTORIA
Sep 11 2016

POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

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Alfonso X concedió a la ciudad el privilegio de un gran mercado anual que comenzaba a celebrarse a partir del 29 de septiembre

La Feria de Murcia no siempre comenzaba con septiembre. Más bien, cuando el mes se despedía. Y así fue durante siglos. El Rey Sabio concedió a Murcia, con fecha 19 de mayo de 1266, el privilegio de celebrar una gran feria. Un día antes también autorizaba el mercado de los jueves. El monarca estableció que las fiestas se extendieran durante dos semanas, a partir del día de San Miguel Arcángel, el 29 de septiembre. Por ello se denominaría Feria de San Miguel.

En sus inicios se reducía a una simple cita comercial, indispensable para acercar a la ciudad productos relacionados con la huerta, ganado, aperos de labranza, ropa de abrigo o simientes. El privilegio alfonsino también estipuló que cuantos acudieran a esta feria, fueran judíos, moros o cristianos, quedaban exentos de pagar por acceder a la ciudad o por acercar sus mercancías a ella a través de los caminos o de la mar.

Los reyes posteriores confirmaron el derecho de Murcia a celebrar su feria, junto a otros privilegios adquiridos. Felipe V así lo haría, además de establecer que la convocatoria se adelantara al día 25 de agosto, con la misma duración. Antes, Isabel la Católica había reconocido el privilegio en 1476.

La celebración del mercado de ganado ocupó distintas ubicaciones en la ciudad, desde su original emplazamiento en la plaza de Camachos, al bajar el Puente Viejo en dirección al Carmen, hasta el jardín de Floridablanca, el Paseo de Corvera y, por último, el Soto del Río, junto al Puente Nuevo.

Fernando García Vargas cedió esos terrenos al municipio para establecer allí el tradicional mercado de los jueves y el de la feria. Eso sí, el señor Vargas se reservó el derecho, extensible a sus herederos, de negociar con los ganaderos las tasas a pagar por el acceso al lugar. Más tarde, a comienzos del siglo XX, el Consistorio intentó grabar el negocio, lo que causó una espantada de ganaderos a Alcantarilla.

Ya entrado el siglo XVIII, la Feria se estableció en la plaza de Santo Domingo o del Mercado. Los puestos fueron repartidos en tres calles y se ordenó que se arrendaran a partir de 1780. El precio inicial de doscientos reales por parada ascendió en apenas siete años a cinco mil.

Más tarde comenzarían a publicarse curiosos Bandos de Feria, que establecían las normas de convivencia básicas para esos días de fiesta. En 1886, por ejemplo, el alcalde ordenaba a los vecinos «barrer y rociar las confrontaciones de las casas dos veces al día» para «dar una buena idea de la limpieza y cultura de este vecindario».

En el año 1929, el entonces alcalde de Murcia, el Marqués de Ordoño, decidió instalar la Feria en el antiguo Parque Ruiz Hidalgo, decisión que fue bien acogida por la ciudadanía. Era la segunda vez que se trasladaba allí. La primera fue necesario reubicarla en La Glorieta por la falta de alumbrado en los sotos del río.

Arcos de flores

La Feria comenzó el día primero de septiembre con el encendido del Real. Fue la primera vez que se celebraba esta ceremonia con la misma expectación que hoy la tradición impone. ‘La Verdad’ de Murcia relató que se habían instalado «cerca de seis mil bombillas de bastante potencia y caprichosas combinaciones de lucecitas eléctricas de colores».

Al recinto se accedía por debajo del Puente Nuevo, donde se instalaron arcos de flores, también iluminados, y tres monumentales figuras que representaban a una pareja de huertanos, «él con la torre de la Catedral en la mano y ella con una imagen de la Fuensanta» y «un guardia de la porra». La fiesta se extendió a toda la ciudad. Enfrente del cuartel de Artillería antiguo se abrió un «café con teatro de varietés» mientras en La Glorieta actuaba la banda del Regimiento de Sevilla y se programaban zarzuelas en el Romea. El Real Murcia vencía por 8 goles a uno al Racing madrileño y el coso de La Condomina acogía el primer festival taurino.

El alcalde, con cierta astucia política, había ordenado que la fachada del Ayuntamiento se iluminara como nunca antes lo había estado, lo que volvió a granjearle el apoyo de la prensa, y también La Glorieta, «con luces a la veneciana».

La Feria de Murcia fue despojándose de su carácter de mercado en sus nuevas ubicaciones, como fueron la avenida Alfonso X, Infante don Juan Manuel o Jardín Botánico. Entretanto, a los bailes organizados en el Casino, las comparsas que actuaban en distintas plazas, los paseos y refrescos por el Arenal (Glorieta) o a la degustación de embutidos huertanos, turrón y cascaruja con anís se sumaron las primeras corridas de toros en el siglo XIX.

De la feria antigua aún se recuerda la espléndida iluminación de la torre de la Catedral, cuya silueta encendía miles de bombillas desde el suelo al campanario. Como si de un faro se tratara, desde muchos kilómetros de distancia, se anunciaba que Murcia estaba en fiestas.

Fuente: http://m.laverdad.es/

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