ANIMALES DOMÉSTICOS
Sep 20 2016

POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

galgos-historia-tradicion

 

A finales del siglo XIX, concretamente en el año 1896, siendo alcalde de mi localidad, Joaquín Sánchez Valiente, deambulaban un buen número de perros callejeros, por caminos y veredas; así como por las propias calles del pueblo,

Era costumbre que los más poderosos y los señores de alta alcurnia, tuvieran gatos y perros en sus casas. En sus fotos familiares, aparecían los canes y felinos recostados en felpudos, a sus pies; en salones perfectamente ornamentados. Pero, se dio la circunstancia de qué, por las calles, circulaban sin control, verdaderas jaurías de perros qué, además de ocasionar contratiempos y mordeduras, podían transmitir la enfermedad de la rabia; tal y como ocurrió entre 1896 y 1897.

Ante las protestas de los ciudadanos, el Regidor municipal,. Joaquín Sánchez Valiente, se ordenó que a la cantidad de perros alanos y mastines que deambulaban por las calles del pueblo, se les pusiera bozal y transitaran sujetos por sus dueños por medio de cadenas apropiadas. Esta providencia de buen gobierno del pueblo, se vio quebrantada por un grupo, bastante apreciable, diciendo que, dichos animales de compañía, no debían estar en cautiverio.

Ante esta confrontación, el alcalde emitió un edicto que decía: se ponía en conocimiento de todos los ciudadanos que tengan perros de compañía, que los lleven sujetos con cadena y con bozal; aquellos que no respeten dichas ordenanzas se les impondrá una multa y la pena correspondiente.

Muchas de las familias feudales del municipio, eran amantes de la caza; en sus campos y montes y para recoger sus presas, se acompañaban de perros especiales para tal menester: perros de caza “galgos de gran valía”. Sin embargo, como la caza tenía sus temporadas en las que se abría y cerraba la veda, cuando no podían cazar, tenían la costumbre de sacrificar esos perros galgos, por el método del ahorcamiento: resultaba un espectáculo dantesco, observar colgados de almendros, oliveras o algarrobos, a dichos perros de caza, hasta hacía poco tiempo compañeros inseparables.

Durante mucho tiempo, el regidor Felipe Carrillo Garrido, en el año 1888, intentó disuadir de que se efectuaran dichos ritos funerarios de los perros de caza, al finalizar cada temporada.

En aquella época, era un rito frecuente ahorcar a los perros, pero, a pesar del paso de los años, aún hoy, para desgracia y vergüenza de la sociedad; se sigue practicando.

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