POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Canta Siebel: “¡Decidle que es hermosa, que mi corazón languidece de amor!”. O Fausto sale con: “¡Qué desconocida turbación me invade!”, O Marguerite: “No he sabido qué decir y me he sonrojado”… las frases son de este aire, con música de Gounod. Pero no acompañan el vestuario, el andamiaje, los PC viejos ni los smartphone, en manos de subalternos que se hacen selfies con los protas. ¡Qué empeño enfermizo de los escenógrafos por ambientar de hoy la ópera de ayer! En cambio, ningún artista adapta el texto, la filosofía o, no digamos, la música, lo cual implicaría escribir una obra nueva. Por eso, a tenor del desaliño estético, propongo que se adapte la traducción: que cuando Marguerite cante “Je ne savais que dire, et j’ai rougi d’abord”, o sea, “No he sabido qué decir y me he sonrojado”, luzca en el letrerito del bambalinón: “¡Qué corte!, ¡casi me corro!”.