POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
La antigua ciudad de Murcia, estaba circundada por gran cantidad de murallas. Unas de carácter militar por su misión defensiva de cualquier invasor, y, las otras, servían de parapeto para preservar de las aguas embravecidas del río Segura, a su paso por la ciudad de Murcia. Igual cometido tenían estas murallas y parapetos, en las vegas media y baja del curso del río.
El Ayuntamiento de Murcia, colocó sobre el puente, un pequeño oratorio y una capilla; que sería ocupada por «La Virgen de los Peligros».
Pues bien, junto a dicha hornacina, se celebraban misas, durante los meses de septiembre y octubre, para rogar a la Virgen de los Peligros que calmara las aguas bravas del río Segura. A dichas misas acudían gran cantidad de murcianos; así como de todos los pueblos de la vega media y baja, del río Segura.
Ulea, que también sufría los envites devastadores de las aguas embravecidas, se sumó a dicho ritual; acudiendo en tartanas que costeaban al alimón, el Ayuntamiento, durante los mandatos de Francisco Yepes Montoro y Joseph Piñero López, de las arcas consistoriales; así como los sacerdotes Francisco Piñero Yepes, Miguel Thomas Vicente y Ginés Párraga Martínez, de los fondos económicos de los servicios religiosos ofrecidos a los feligreses.
Además, gran cantidad de vecinos, hacían el trayecto andando o en caballerías particulares; circulando por «el camino del Barco Viejo» hasta empalmar, en terrenos de la capellanía de Archena, con la carretera de Albacete a Murcia. Sin lugar a dudas, para los nosotros se trataba de una verdadera romería, para implorar, ante la Virgen de los Peligros, la protección de las continuas riadas.
Allí, en pleno puente y en la explanada de la actual plaza Martínez Tornel, en el siglo XVIII ocupada por la residencia de la Santa Inquisición, se congregaban todos los fieles. Sin embargo, la masiva asistencia, provocaba un caos enorme en la circulación de los carros, tartanas, carretas, caballerías y peatones.
Por tal motivo, a finales del siglo XVIII, concretamente en el año 1766, y, al constatarse tal caos circulatorio para cruzar el puente y pasar al barrio del Carmen, el regidor del Ayuntamiento de Murcia Antonio Rocamora Ferrer, suprimió las licencias para celebrar dichas misas de rogativas, sobre dicho puente y, en su lugar, autorizó a las iglesias colindantes, para que acogieran a los peregrinos, desplazados de otras comarcas y, de esa forma, quedara libre el paso de peatones, caballerías y carruajes, sobre el puente para cruzar desde los aledaños de la Casa Inquisitorial hasta la plaza de Camacho, y viceversa.
Todos los romeros consideraron acertada la medida del regidor y utilizaron un solar baldío, cercano a la plaza del Arenal, para estacionar carros y tartanas y poder abrevar a las caballerías.