POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
‘Pa’ qué ‘quiés’ que te cuente, Vicente Medina del alma que al cielo argentino subiste añorando tu Murcia amada. ‘Pa’ qué ‘quies’ que te dé la ‘pesambre’ de contarte cómo aquellos sarmientos ‘ruines’ y mustios tuyos son varas de nardo comparados con la memoria ‘esnúa’ de cuantos viven en tu tierra natal sin casi recordarte, sin un soplo ‘d’aliento’ para conmemorar el siglo y medio desde que nacieras, como si también se hubiera marchado el recuerdo por la sendica maldita por donde se fue aquel hijo que murió en la guerra. ‘Pa’ qué ‘quiés’ que te cuente Vicente Medina…
El gran poeta murciano nació el 27 de octubre de 1866 y tuvo la suerte de que su padre, aficionado a los trovos, regentaba un quiosco ubicado en el balneario de Archena, lo que le permitió al pequeño leer a los grandes autores de la literatura universal. Pero no escribiría sus primeras composiciones hasta que, como soldado, anduvo por Filipinas.
En 1890 lo encontramos en Cartagena, donde desempeñaba un trabajo en el Arsenal. Por aquel tiempo se casó con la archenera Josefa García y frecuentó tertulias literarias, además de publicar artículos en diferentes publicaciones. Entonces, en 1898, apareció su primera obra, ‘El Rento’, mediante la que intentó devolver a la lengua antigua de la huerta su dignidad, tantas veces aplastada y satirizada por el ‘panocho’. Fue también la primera vez que recibió el aplauso de grandes literatos como Azorín, quien describió el texto como «un cuadro o canto sentido, conmovedor». Enseguida, Medina entregó a imprenta la que sería su obra cumbre, ‘Aires Murcianos’, con la que cosechó un éxito absoluto. Y para muestra un botón: llegaron a publicarla hasta en checo.
A comienzos del siglo XX marchó a Argentina, como tantos otros murcianos, y lograría prosperar tanto en los negocios como en su producción literaria que, entre 1915 y 1929, alcanzaría las decenas de publicaciones. En 1931 retornó a España, no sin antes ser encarcelado por una acusación de fraude que produjo una oleada de apoyos en su país natal, del que dieron buena cuenta los diarios.
Su llegada a Murcia se recuerda como una de las más aclamadas de todos los tiempos. Y aquí permanecería hasta abril de 1936, cuando quizá sus ideas republicanas le aconsejaron retornar a Argentina. Allí, en Rosario, moriría en 1937.
Pese a su orientación política, la Dictadura no podía obviar al poeta cuando se cumplió el primer centenario de su muerte. Y si la Dictadura lo obvió, no sucedió así en la Murcia que tanto amó. De hecho, en 1966, los diarios de la tierra lamentaban el poco predicamento que tenía la figura de Medina entre los amantes de la literatura. Y lo comparaban con otro autor, bastante más conocido entonces: el poeta José María Gabriel y Galán (Salamanca, 1870-Cáceres, 1905), quien escribía en castellano y asturleonés, pero imitaba al murciano Medina en el estilo. Y no lo digo yo. Eso lo decía el mismísimo Unamuno.
La admiración de Azorín
El escritor vasco, en un artículo publicado en el diario ‘La Nación’, advirtió de que el «dialecto extremeño de Galán era un artificio, un artificio que por imitación a Vicente Medina tomó el poeta». Unamuno, quien conoció al murciano en Cartagena, mantendría que su poesía era inspirada, natural y sencilla, siendo más poeta que artista ya que la mayoría de los que pasan por poetas a lo sumo son artistas, pero no poetas. No fue el único halago que tuvo en vida el murciano.
Sobre la obra ‘Aires Murcianos’, por citar de nuevo a Azorín, le aseguró por carta a Medina: «Aunque no escriba usted más, este diminuto volumen, que es de oro, bastará para colocarle a usted entre los grandes líricos de nuestro parnaso. Su poesía es de las pocas que conmueven hondamente. Puede tener usted la íntima convicción de que ha hecho una obra de gran artista».
La celebración del primer centenario del nacimiento del autor acogió en Murcia diversos actos en 1966, entre ellos una conferencia del poeta y director del Museo de Bellas Artes Andrés Sobejano, también secretario de la Real Academia Alfonso X el Sabio y quien anunció una inmediata reedición de ‘Aires Murcianos’. Archena celebró la colocación de una corona de laurel en la casa donde naciera el poeta, una conferencia y un recital. Ahora, hace unos días, aprobaron la elaboración del programa de actos para conmemorar el aniversario. Si se descuidan se les pasa el año. Y poco más, salvo otro homenaje de la asociación cultural ‘Hay un tigre detrás de ti’.
Pero, ¿qué queda de su recuerdo en Argentina estos días? La respuesta incluso sorprende: más de lo que cualquiera esperaría en esta Murcia catedrática en desmemoria aplicada. La memoria del ilustre archenero tiene en Rosario unos espléndidos custodios. Pertenecen a la asociación Rincón Murciano, una institución dedicada en Rosario a difundir la cultura y tradición de la Región. A este grupo pertenece José Francisco Moreno, uno de los encargados de mantener la tumba, que hace unos días limpiaron como acostumbran desde hace muchos años, cuando aún tenían contacto con los descendientes del poeta, a quienes buscan para retomarlo. Y cada día 17 de agosto, fecha en que murió Medina, el Rincón celebra ante la tumba una ofrenda de flores.
La casa del poeta, quien siempre la denominó como su «castillo», fue comprada por Ricardo Caballero en torno al año 1928. Caballero era entonces jefe político de Rosario y le había ayudado en alguno de sus problemas con la justicia. La mansión se conocería después como Quinta Caballero. En diciembre de 2014, Alejandro Cirilo Caballero, sobrino-nieto de Ricardo Caballero, anunciaba en internet que «la casa fue saqueada y demolida por delincuentes en menos de un mes, pues se nos murieron los caseros». Por aquel año, ya solo quedaban en venta las diez hectáreas de la finca.
De esta forma pasó a la historia el hogar del poeta, sin que en España tuvieran, hasta ahora, noticia alguna. E incluso las últimas fotografías de la hacienda son inéditas aún hoy a este lado del Atlántico. Todavía entonces se conservaba la campana para avisar a los peones que trabajaban en la quinta de que era la hora de almorzar. Y una noria que servía para acercar hasta la casa el agua del cercano arroyo Saladillo. O el túnel enrejado que conducía a la base de aquella noria cuando era necesario destrabarla y limpiarla. Todo se perdió, salvo las palmeras altas y galanas, centenarias, que el poeta vio crecer mientras componía sus obras. Allí permanecen, de momento. De Murcia y su cansera, pobres, que no esperen nada.
Fuente: http://www.laverdad.es/